jueves, 27 de noviembre de 2008

AMIGOS DE ANTES III

 "Un pueblo que no degusta sus alimentos tiene un problema de identidad".
(Pepe Carvalho)

AMIGOS DE ANTES II

Cipriano Mera, albañil, anarquista, teniente coronel en la Guerra Civil Española. En el exilio, en Francia, siguió siendo albañil. Como no haber comido juntos unas buenas sopas de ajo. En su cara está escrito entero el siglo XX de los obreros españoles.
Juan Belmonte, bajito, feo y el mejor torero del mundo. La biografía escrita por Chaves Nogales es una delicia. Como no haber compartido con el unas gachas, una vaso de vino, una conversación sobre libros, viajes, campo...

COMO FRUTA MADURA

Como fruta madura. Eres igual que todos los sabores que se extinguen. Pocos entenderán lo que nombro, solo los viejos o los privilegiados que tienen un huerto y conocen el valor memorable de la fruta madura, fácil de arrancar, dulce, sabrosa, líquida, excesiva.

Tu cuerpo me sabía a tomates maduros de sol, higos blandos y rojos, melocotones llenos de perfume, peras picadas por avispas golosas, plátanos melosos, sandía en su punto, dátiles frescos. Sabores perdidos de la infancia de pueblo, robadas de la memoria por esas palabras extrañas que no huelen a nada: calibre regular, estándar de color, maduración controlada, calidad extra, variedad clonada, denominación de origen… todo un racismo frutal, una voluntad asesina de acabar con lo imperfecto que ha convertido a las frutas en bellas piezas de cera, concentrados vitamínicos, sosa necesidad dietética, aporte extra de fibra para estreñidos.

Tu cuerpo me olía en la memoria a fruta madura, esa que excita a las abejas, los gorgojos chupones, los verderones glotones, los tordos gourmet, las moscas con gula. Bajo al mercado y solo me ofrecen frutas vistosas, correosas, insípidas, verdes, perfectas, como ampollas de agua, colorante, esencia química, piel de plástico. Frutas inmaculadas con voluntad de ser idénticas unas a otras, cada una en su bandeja, en su nido de poliestireno, bisutería fina que adorna mis peores pesadillas para que te eche todavía más de menos y recuerde como deseo hoy tus rincones de cerezas robadas en abril, nísperos de agosto, reinetas de octubre, fresilla blandas de mayo, esas fresas que he plantado en una maceta del jardín y veo engordar y pintarse de rojo un poco cada día, esos higos que yo llamaba de pezón largo y tu de cuello de dama, de la higuera que plantó mi abuelo y que comía para desayunar los amaneceres de septiembre, “tiene la Tarara un higo en el culo, / acudid muchachos que ya está maduro, /la Tarara, si, la Tarara no…” que él me cantaba como canción de cuna.

Te chupo, te muerdo, paso la lengua despacio por tu piel, pezón largo, piel de melocotón, boca de fresa. Símiles viejos de poetastros bíblicos que debían conocer muy bien los dos significados. Me dices que yo también huelo a fruta, tengo sabor a arándanos ácidos y uvas negras. Tu también estás en el secreto, conoces, recuerdas a qué sabe la fruta madurada al sol, la mermelada casera que se hacía para atesorar los regalos del exceso que da nuestro clima: compota de manzana, hijos en almíbar, mermelada de albaricoque, castañas confitadas. Me describes ese trabajo tranquilo y meticuloso de pelar las piezas, pesar el azúcar justo, cocer la pulpa a fuego lento y remover el fondo con una cuchara de palo para que no se pegue y rebañar los restos tibios con los dedos como ahora haces conmigo. Ordenar después los tarros en la despensa fresca para que los meses pasen y una mañana de invierno una rebanada de pan tostado se llene de campo y color y la boca mastique despacio el recuerdo delicioso del sol mezclado con el saber de una manos y el placer de poder y querer ser golosos a conciencia.

Te unto en el pan, me chupo cada dedo lleno de tu mermelada de moras y mujer. Imagino un mercado antiguo con sus frutas de temporada, olores mezclados, voces pregonando la excelencia sencilla de nombrar la madurez como única virtud que puede ser admirable. Tu madurez justa cerca de los cuarenta me llena la boca de agua al recordarte hoy.

En la casa de mis ultimas amantes nunca había fruta, “es que se estropea muy rápido, ¿sabes?”, en casa de mis últimos amigos los únicos frutos posibles eran las almendras fritas, los anacardos en latas al vacío, las nueces de California, algún plátano caribeño verde fosforescente, zumos concentrados y desconcentrados con sabor a polvo, edulcorante, orín de hierro o mermelada sin azúcar, “Es que engorda, ¿sabes? Y hay que cuidarse”.

Pero cómo es posible haber vivido tanto tiempo sin comer fruta madurada al sol, amores en sazón, carne de piel sabrosa, zumo recién exprimido con solo el tacto y el deseo. Seguro que entonces teníamos el escorbuto, la piel de la ternura cenicienta, las encías del sexo desdentadas y los ojos del placer turbios y resecos de comer tanto corcho con forma de nalga adolescente y tantos sucedáneos de gemidos y tantos plátanos flácidos de la Unit Fruit Co.  Ahora que no estás, mientras van madurando las fresas de la maceta imagino que vives en cualquier esquina cálida del mundo donde madura bien la fruta sin temor a la escarcha y a los fungicidas. Sueño que tienes una casa con huerto y con frutales, que haces compota, mermelada, confitura, orejones, almíbares, pasas y escribes las etiquetas de los tarros como quien se escribe cartas a si mismo.

Como no perder el paraíso por una manzana madura. Solo los imbéciles ignoran que el mordisco a una manzana vale más que cualquier paraíso, que el sabor del sexo que desea ser chupado es mejor que cualquier Edén de pacotilla libre de gérmenes, de tiempo y de nostalgia.

Tenían razón los antiguos. Solo el sol es dios.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El amigo Claude

Levi-Strauss, antropólogo francés, ratón de biblioteca que antes se pateo también el Amazonas. Tristes Trópicos. Aquí está también uno de los nuestros. Le hubiera invitado a unas pirañas asadas (a pesar de lo difíciles que son de comer, por las espinas) y una botella de cachaza con zumo de limón helado. 

Richard Evans Schultes, padre de la etnobotánica moderna

Si alguien se parece de verdad a Indiana Jones fué este tipo Richard Schultes, se pasó 12 años de su vida en el amazonas y "descubrió" para la ciencia más de 2000 nuevas plantas. Bueno, las plantas ya estaban muy descubiertas por los habitantes de esa selva, pero el tipo merece mi respeto. No tuvo miedo en probar, beber, comer, fumar cuantos potingues le ofrecieron esos habitantes.