miércoles, 29 de julio de 2009

BOCATA EN PARIS

Solo tu podrías ir a París y esperar cinco días a ese francés que se enamoró locamente de ti. Tantas cartas en ese tiempo, esa edad, en la que el amor es tan extraño, desconocido, embriagador, breve. Pero el tipo no se presentó. Peor para él. Mejor para mí.

Me has dejado utilizar esa historia tan bella y yo a cambio te doy un bocadillo que de francés solo tienen la mostaza y la baguette, pero bueno. Está rico y es fácil, como todo lo que escribo aquí últimamente.

Un cuarto de baguette de verdad. Pero ahora que Pan&Cake ha cerrado, ¿dónde vas a encontrarla?. Unos filetes de pechuga de pollo cortados en tiras largas que has pasado por huevo batido y pan rallado grueso y frito hasta dorar. Una cucharada de mostaza a la Antigua y otra de salsa Cumberlad, con esas salsas “pintas” el pan, una mitad de un color y otra mitad de otro, así a medias del bocata cambiarás de sabor. Y ya está. con dos bocatas, un poco de brie y una botella de Borgoña Blanco (un Guy Roulot o un Franck Grux todo Chardonay muy ricos) ya puedes irte de campo a algún lugar fresquito de la sierra a pasar la tarde o puedes darte una vuelta por París y sentarte a merendar en los parquecillos que hay por debajo de Sacre Coeur o pasear por el Pont Neuf. ¿Recuerdas la película de Carax?

Prueba el bocata, fácil y bueno de verdad.

lunes, 27 de julio de 2009

ANGUILAS Y SUEÑOS

Era verano y el río entero era nuestro. No te encontrabas a nadie en los recodos, en la pozas, en los charcos. Nos metíamos con el agua hasta el cuello, un viejo sombrero de paja en la cabeza y una caña de bambú de tres metros en la mano, las guasarapas en el puño, los peces pescados ensartados en un junco. Luego, más tarde leí a Ton Saywer y entendí muchas cosas. Esa plenitud de ser de verdad dueños del tiempo, de sentir en el cuerpo las capas de agua fría y caliente y los peces pellizcándonos la piel, el milano en lo alto, las chicharras por música, la brisa entre los sauces, la chispa azul del martín pescador cruzando el agua, los galápagos al sol en la orilla de en frente y la libertad con esa forma precisa, cristalina y real que tiene la libertad tan pocas veces en la vida. No idealizo nada. Así era mi verano. Así fue durante algunos años. De merienda un tomate maduro, rajado, con sal, a mordiscos, un trozo de pan, queso de cabra recién hecho y los pececillos pescados fritos por mi abuela hasta quedar crujientes con su pizca de ajo y de guindilla. Orejones de melocotón, melón dulce y frío de postre. Qué cosas más exquisitas. Sobre todo los peces.

Antes de que las presas convirtieran los grandes ríos de España en una mierda, subían desde el Atlántico sábalos y anguilas. No hace tanto había pescadores de río profesionales que voceaban la mercancía por el pueblo y mi madre compraba grandes anguilas que me parecían monstruos de otro tiempo, seres del abismo de los sueños. Limpias y troceadas nos las servía frita para cenar. No he vuelto a comer anguila. No las encuentro tan grandes en ningún mercado, pero tengo su sabor en la memoria como si las hubiera comido ayer mismo. Pienso en su sabor y se me hace la boca agua.

Hoy es verano y el río tienen poco agua y sucia y hay bañistas y turistas por todas partes. Se extinguieron las anguilas del Tajo y del Guadiana. Pero no echo de menos ese pasado. Sigue aquí en mi memoria. La misma memoria que te guarda y que te cuida. En Cuba y en Brasil vi ese mismo gesto en otros niños, esa forma de pescar metidos con el agua hasta el cuello y un sombrero de paja en la cabeza y una simple caña de bambú entre las manos. Eso me gustaría hoy, enseñarte a pescar así, en otro río que siga limpio, lleno, solitario. Seguro que queda alguno por el mundo. Seguro. Y luego para comer pescado frito, crujiente, salado, fresquísimo, para comer con los dedos. Cuidado con las espinas.

Boquerones, salmonetes, cachuelos, anguila frita y para beber cerveza casi helada. Simple. Hoy el cocinero libra, si queréis sofisticación, deconstrucción o una receta al uso ya podéis salir de aquí, que blog de recetas, de cocineros y cocinillas hay mil.

No puedo imaginar los veranos por venir. No puedo. No sé donde estaré. Imagina tú uno por mí y llévame a él. No tardes.

Esta vez me dejaré llevar a donde quieras.

Las anguilas viajan desde el Mar de los Sargazos hasta los ríos de mi infancia, un largo viaje a ciegas que tampoco puedo imaginar.

Cierro los ojos. Me dejaré llevar y allí donde me lleves te enseñaré a pescar.

sábado, 25 de julio de 2009

MIHALY ZICHY Y SOPA DE SANDÍA

El dibujante húngaro, romántico, del XIX, pacifista, nómada se llama Mihaly Zichy.

La cama revuelta, el edredón y los almohadones amontonados. Debe ser otoño o invierno. No hay recato, ni locura, ni instinto desatado pero si glotonería de gourmet, saboreo lento, complicidad infinita, libertad compartida, felicidad. Esa media sonrisa de ella y también de él, ese gesto de subirse la ropa para verle los ojos, esas palabras de ella que uno imagina tan fácilmente. Me parece uno de los dibujos más bellos, dulce, tierno, inocente y sincero que conozco.

Además, me recuerda a tí, si, a tí Zamo, que ahora me lees desde no sé dónde, algún cibercafé, no te sonrojes, que te veo. Ha pasado mucho tiempo pero recuerdo tu sabor porque la memoria olvida palabras, imágenes, canciones, caras, momentos, pero la memoria no olvida nunca los olores, ni los sabores ricos que descubrimos a lo largo de la vida. Por eso comer no es lo mismo que alimentarse, por eso el sexo no es sólo cópula, por eso los cocineros andamos persiguiendo siempre ese sabor que guardamos en la memoria, ese guiso, ese plato, ese aroma remoto y sin embargo tan presente. También en el amor buscamos esa, esta, complicidad alimenticia y glotona. “Te voy a comer a besos” decimos muchas veces como amantes. “Co-mer-a-be-sos” ¿no es sencilla y bella y verdad esta expresión española?

¿Pero no era este un blog de cocina?….siiiiiiiii, de cocina, de alimentos, de guisos para hacer en compañía…pero también de sabores ricos.

Y ahora la receta rápida, reparadora, fácil. De nuevo sandía pero convertida en una sopa fría: media sandía madura, dulce, en su punto. Quitamos las semillas, la trituramos en un vaso batidor y servimos en un cuenco de gazpacho. Cortamos finas laminitas de jamón de pato en abundancia y unas buenas aceitunas negras también fileteadas y dos hojitas de menta de igual forma. Echamos un buen puñadito de todo esto en cada tazón y…a comer. Antes o después de esa escena de Zichy. Eso al gusto.

martes, 7 de julio de 2009

CHOCOLATE

Te gusta el chocolate negro, de verdad, sin azúcar, sin leche, sin nada. Cacao amargo, aromático, placentero, intenso, como la vida sin edulcorar, como el amor de verdad.

A mi me gusta esta pintura de Martha Mayer Erlebacher. Aunque la mujer sea negra y tu seas blanca, pero su cuerpo se parece al tuyo.

El chocolate negro y el vino son los únicos afrodisíacos que conozco, además de tu sabor.

miércoles, 1 de julio de 2009

Kath Bloom

Un día su padre dejó de regalarle juguetes para su cumpleaños. Aquel diez de agosto le regaló tres discos. Uno de Dylan, otro de Cohen, otro de Kath Bloom. Él nunca había escuchado a ninguno de los tres. Hizo poco caso a los discos. Ni siquiera rompió el celofán. Tres años después murió su padre. Meses después descubrió los discos. Fue a casa de sus abuelos. Se subió al desván. Conectó el pick-up portátil de su madre, se sentó en el viejo butacón de terciopelo rojo con el cojín hundido. Olía a peras de invierno, a tejas calientes y a misterio. Siempre, desde niño, le había dado mucho miedo subir a ese inmenso desván. Ahora no. Ahora, mientras sonaba Cohen, luego Dylan, luego Bloom se sintió bien, en paz, sereno. No le costó llorar. No eran lágrimas de tristeza era que entonces entendió tantas palabras de su padre, de su forma de ser, de su permanente alegría de vivir.
Se juró a si mismo, mientras sonaban tantas canciones, con la arrogancia de la adolescencia, que ninguna tristeza podría nunca aniquilarle, que sería fuerte, inmortal, que ningún dolor le vencería, que vivir siempre tenía sentido.
Desde entonces no puede dejar de escuchar cierta canción de Dylan, de Cohen y de Kaht sin que se le remueva el corazón y cuando llora, son lágrimas suaves que le limpian cualquier asomo de tristeza.
Pasó mucho tiempo, con la arrogancia de los veinte descubrió que el amor podía ser una caricia leve e intensa que llenaba la vida y el futuro.
Conoció entonces a una mujer. Y entendió en su piel muchas de las palabras que gritaba Dylan, que susurraba Cohen, que acariciaba Kath con su voz.
Y entendió que aquella mujer guardaba muchos secretos y cuando la amó sintió siempre que detrás de sus ojos veía con claridad el sentido más bello de vivir.
Un día, en un bar cercano al Paseo del Prado, mientras acariciaba su pelo y miraba en sus ojos el amor, comenzó a cantar Kath Bloom, precisamente esa canción que le desnudaba tanto el corazón. Pero entonces no lloró. Al contrario. Besó a aquella mujer y sus labios le supieron a alegría.
Muchos años después, desolado y triste, mientras pensaba que hacer con su vida y tomaba un café en un bar, estaba sonando una hermosa canción de Kath, “Come Here” y la vio pasar, estaba diferente, caminaba despacio, ella miró hacia el cristal, él creyó que le había visto pero el cristal era oscuro y desde fuera apenas se veía lo que había dentro. Deseó salír, gritarle, abrazarla. No hizo nada. La vio alejarse a su vida mientras seguía cantando Kath solo para él, esa canción que estaba escrita solo para ellos.
Hoy Kath debe ser muy mayor, vieja, aunque su voz no ha cambiado. El conserva los discos, los recuerdos, la ternura. Lo conserva todo. También aquel juramento adolescente. También su extraña arrogancia de veinteañero. También el amor. Cuando escucha muy de vez en cuando a Kath, cuando escucha "Come Here" imagina siempre que sale del bar corriendo para abrazarla.
Las canciones son eso. Pasadizos secretos. Túneles del tiempo. Ventanas abiertas por donde miramos la vida.