miércoles, 30 de diciembre de 2009

INDIGESTA O DELICIOSA

(Fotos: Doug Peterson)

Un rica sopa de tomate de verdad con su ajito dorado, sus cominos machados, su pan de pueblo en las que escalfo un huevo y huelo con los ojos cerrados mirando hacia adentro donde está el secreto del placer que dibuja sonrisas y nos toca, acaricia, lame, juega con nuestros dedos. Nada de palomitas al nitrógeno, nada de espumas, nada de deconstrucciones, ni de palabrería, ni de diseño, ni de platos cuadrados ni tortillas en copa flauta, ni chupitos calientes, ni de nubes que huelen a helado de apio. Una sopa o un amor de memoria, con memoria, memorable, sin ambición, ni trampa, ni lentejuelas.

El amor es a veces sabroso, suave, gustoso, dulce, rico, cremoso, picante, caliente, reconfortante, alimenticio, apetitoso. No nos cansa su sabor, su olor, nos chupamos los dedos, nos morimos de gusto, repetimos del plato, no hay nada tan bueno.

Siracusa Bravo Guerrero habla en su libro “Indigesta” de todo lo contrario. Yo también titularía “Indigesto” ese tipo de amor. Es el amor pesado, empalagoso, revuelto, soso, que nos harta, nos estomaga, satura, desconcierta, raspa, asquea, empacha, del que enseguida deseamos lavarnos los dedos para que desaparezca el olor y del que no repetimos aunque en el plato tenga buena pinta porque sabemos que produce indigestiones, dolor de tripa y regusto amargo. Da pereza acercarle la cuchara o describir su recuerdo en la memoria.

Los glotones probamos al principio de todo, sobre todo los guisos de apariencia espectacular, bien montados en el plato, con decoración minuciosa y novedoso aspecto, pero después de tanto ardor de estómago y paladar indiferente volvemos a los guisos oscuros y a los guisos sencillos, a los platos redondos y de aspecto sincero. Nada de afeites, lencerías, arrogancias ni guapuras, donde este el amor sabroso “para chuparnos los dedos”, cercano, que nos toca la memoria y los labios, que se quite la cansina brillantina o los cuerpos de cinco tenedores tres estrellas Michelin.

Soy ahora un glotón al que gustan las sopas, los caldos, los alimentos que el amor aliña con dulzura, cuidado, saber, sencillez, desnudez. Te miro y no hay nada que no me guste, rebañaré bien tu plato con la miga, sobre todo tu sonrisa y tu cuerpo, sobre todo tu silencio y tu ombligo. Siempre fuiste directa, leal, sincera, abierta, fuerte y sin embargo tan tierna, tan cercana, tan dichosa, tan libre. No te importaron mis estúpidas ínfulas de gourmet, sabías que volvería a tocarte la piel y a saber que lo bueno, lo rico de verdad nunca nos cansa. Nunca fuiste indigesta, siempre deliciosa. Sabes que el lujo en la comida y en el amor no se califica con estrellas, ni tenedores, ni firmas, ni guías de tapas rojas. Me abrazas, te miro y ya sé que quiero de postre, sin cucharita, por supuesto.

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