viernes, 1 de enero de 2010

LOS RECETARIOS DE HIPATIA DE ALEJANDRÍA

En la biblioteca de Alejandría (y el resto de las bibliotecas que sucesivamente destruyeron después los teocráticos cristianos por toda Europa) desapareció el 80% de la ciencia y la civilización griegas y de gran parte del saber de las culturas asiáticas y africanas de entonces. ¡Qué desastre!. Tuvieron que pasar siglos hasta que los sabios de la edad de oro del Islam (IX-XII) rescatasen una parte de ese saber y también de aquellas cocinas y alimentos (Averroes, Avicena, al-Battani, al-Farabi, al-Haytham...)

Te beso, chupo tus pechos ricos, desayuno tu sonrisa y el tacto de tus manos blancas que me tocan y escriben caricias en mi espalda en un idioma perdido, un idioma que ya se hablaba entonces en esa biblioteca de Alejandría de la que solo nos quedaron unas pocas palabras como sibarita o anfitrión.

Te cuento que la Hypatia de Alejandro Amenabar me deja frío. Aunque Rachel Weizz sea tan atractiva es una especie de monja asceta que pasa de los placeres de “la carne” y que solo le interesan las órbitas de los astros y las matemáticas. Los integristas cristianos no se conformaron con hacer una hoguera con los miles de pergaminos del Serapheo, también llamada “Biblioteca-Hija” sino que asesinaron a quienes estudiaban y escribían o copiaban esos “libros”, quienes se atrevieron a defender esos saberes atesorados en una horrible matanza que luego se repetiría por todo el mundo occidental cristiano. Antes Julio Cesar (están locos estos romanos) había quemado por accidente la Gran Biblioteca cercana al puerto. Tampoco los generales fueron mejores que los obispos en lo referente a respetar a libros, escritores, editores o libreros.

No, esa Hypatia “no me pone nada” aunque esté “tan buena” que diría cualquier adolescente hormonado de canibalismo sexual simbólico. En la biblioteca de Alejandría se concentraba todo el saber antiguo. El saber. La inteligencia. Algunos cuando oyen esa palabra hacen una hoguera, otros sacan la pistola, muchos piensan en matemáticas, tratados de astronomía o en socráticos filósofos barbados que explicaron los sueños o el sentido de vivir de “el nosotros” miles de años antes que Woody Allen. En la Biblioteca de Alejandría se podía leer, estudiar, consultar ¿medio millón?, ¿un millón? de rollos de pergamino. Pero en esa biblioteca había cientos de libros (rollos digo) de cocina, si, de cocina y de los guisos del mundo antiguo, todo el saber culinario, gastronómico de muchos pueblos y culturas de África, Asía, Europa…que tanto esfuerzo, azar y necesidad, había costado descubrir, inventar, disfrutar. Libros que también quemaron esos bestias, ¿te imaginas? Los platos, guisos, potajes, asados, recetas, salsas, palabras sobre el buen comer y la felicidad que había allí, en esa biblioteca de Alejandría?.

Pero la Hypatia de Amenabar solo mira sublime las estrellas y rechaza besos y potajes. No me lo creo. No se porqué me huelo que Hypatia no era así, (una mujer de la estirpe de Lilith), una mujer sabia, libre y crítica intuyo que gustaba del placer y del comer y que si hubiera que tenido que salvar de la quema a un puñado de libros valiosos, de entre todos esos libros que se llevaban los sabios que huían habría más de un recetario en papiro.

Los griegos no solo sofisticaron la filosofía sino también la cocina y su tecnología, su ciencia, su sentido fisiológico, poético, placentero, curioso, glotón, goloso. Platón menciona a Tearion el cocinero, Mithaikos escritor de un recetario de cocina siciliana y a Sarambo, el comerciante de vinos, "muy eminentes conocedores de repostería, cocina y vinos". Ya en el siglo IV a C. Aristipo de Cirene escribió que “los placeres de la mesa son los grandes placeres de la vida” Los libros de cocina de Cadmo, al servicio del rey de Sidom en Fenicia, los escritores gastrónomos como Teofrasto o el vate “Arquéstrato de Gela” que citaba con propiedad recetas de escabeches perfectos o asados en papillote de caballa (que ahora nos asombran por su modernidad y perfección) o Demetrio o Numenio de Heraclea o Mitreas de Pinato o Hegemón de Zosas, alias “el lenteja” y docenas de cocineros famosos y escritores gourmets cuyos nombres aún suenan en polvorientos tratados heruditos de la Grecia antigua pero sus obras, ¡hay!, sus libros de cocina, sus recetas y recetarios maravillosos sobre la variada, sofisticada y elegantes cocina griega y egipcia se han perdido, los destruyó ese cabrón de Teodosio I en el siglo IV, los quemaron los comedores de hostias adictos al ayuno y la abstinencia. Tuvieron que pasar muchos siglos para que se escribieran de nuevo recetarios en esos conventos en los que se recopiaban las ruinas de la cultura griega y más de una receta salvada de entonces (la de ese escabeche o ese papillote que te cuento) . Pero también la gula y la lujuria fastidiaron como insulto el simple y difícil placer de vivir. Eso sí, se encargaron de difundir el bulo, el infundio, la mentira, la trola de que los incendiarios habían sido los árabes. Los monoteístas cristianos, borrachos de poder, obligaron a desde entonces a creer a todo quisqui en un ¿dios? por el bien de su ¿alma? y al cuerpo que le zurzan, claro, desde entonces follar es pecado y comer con gusto una costumbre sospechosa de la que no hay que abusar. Los dietistas, dietólogos, policías del apetito y demás fanáticos que cuidan por nuestro bien de nuestra soberana salud ahora siguen esa maldita tradición.

Yo imagino que uno de esos sabios o sabias que huían por pies a través del desierto no llevaba papiros de filosofía o matemáticas sino recetarios antiguos, libros de cocina, saber e inteligencia para comer y amar. Y tu me miras y me hablas entonces de las cocinas de América mientras yo te acaricio la espalda y el culo, te escribo palabras invisibles en la piel con mis manos en un idioma que no lograron aniquilar aquellos locos.

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