lunes, 19 de abril de 2010

EL TIEMPO PERDIDO

(Ilustración de Flor Vacherand)

El tiempo perdido, no es el tiempo derrochado, malgastado, vacío del pasado, si no el tiempo del futuro que ya damos por perdido, el tiempo del futuro que ya sabemos que no vamos a usar. El que derrochamos y sin embargo no viviremos. Ese tiempo, que no aprovecharemos para saborear en la realidad nuestros sueños, llenará de cieno y de tristeza nuestro corazón. Sin embargo, aunque dudemos, es muy fácil no “perderlo”, porque el porvenir, siempre, es la única propiedad de la que somos soberanos.

Eso me dice el viejo profesor saboreando su vino y sus aceitunas mientras me mira con ojos muy brillantes e intenta que su voz áspera sea un poco más suave. No habla de libros, ni de Nietzsche o de Freud conmigo, habla de las certeza de quién ha vuelto de la muerte y ha comprendido, en muchos días de dolor, qué secretos hay que conocer de verdad para vivir sin miedo. Luis ha leído lo que he escrito y sonríe cómplice, camarada, amigo. Otros alumnos, algunos profesores, vienen a sus charlas en busca de saber, de brillantez, de ciencia. Yo no y él lo sabe. Él sabe que yo vengo a que me cuente alguno de esos terribles secretos que ha descubierto aunque no sé si existen las palabras que los nombran. Compartimos un vino de su tierra del Duero y nos miramos desafiándonos, yo tan joven y arrogante, él tan mayor y arrogante también, aunque de otra forma. ¿la amas?, eso dijo sin más, sin adornos, ni giros, ¿la amas?. Yo entonces no le respondí con palabras, me pudo la timidez.

El amor es difícil, precario, incierto, siempre es presente, pero no te preocupes, nunca será un tiempo perdido, el amor nos hace sabios, lúcidos, vulnerables. Nunca es cómodo, ni confortable, ni seguro, además, mucha gente no sabe que tiene un sabor fuerte, intenso, singular, en realidad a pocos les gusta, prefieren sucedáneos, edulcorantes, contratos de afecto y ayuda mutua, pero le amor no admite tratos, ni firmas, ni añadidos que suavicen su intenso perfume, su sabor a vida, un sabor, tú lo sabes, tan fuerte y extraño que da escalofríos, desconcierta, nos hace ver con claridad que la vida es peligrosa en todas partes y que el tiempo, todo el tiempo, es precioso, siempre.

Luis Martín se queda en silencio largo rato, viene más gente, la noche se anima de palabras, filosofía, amistad, pero él me mira de vez en cuando por encima de todas las conversaciones y su mirada dice: ya sabes, es lo que hay, estás avisado. Nos veremos otros días durante ese año, cada vez con una complicidad más grande y extraña. Luego vendrán viajes iniciáticos, vagabundeos, amores ligeros de los que enseñan a reír de otra forma en medio de la noche. Y mi arrogancia siempre, sin entender eso tan simple, que vivir es siempre peligroso, que el amor es siempre una fortuna.

Lloraré luego un otoño del 88 caminando por Madrid cuando me entero de su muerte. Hace tantos años que no lloro que no recordaba esa sensación de desamparo absoluto, de soledad desnuda y no deseada y sobre todo de traición, golpe bajo, puñalada precisa en ese lugar del corazón en donde guardamos con cuidado y cariño los pocos amigos de verdad que hacemos en la vida.

Recuerdo hoy a Luis Martín Santos. La música de sus palabras enredadas en su voz rota de vencedor provisional sobre la muerte, me acompañaron después durante muchos años. Tanto tiempo perdido cuando me había regalado la forma de evitar ese dolor. su mirada de sabio y de amigo: ya sabes, es lo que hay, estás avisado. Yo sé que también le recuerdas aunque no estabas conmigo aquella tarde pero si la anterior, esa en la que descubrió mi secreto. También por eso amo cocinar igual que escribir o pescar o caminar despacio por el mundo o sentirme en paz en las ciudades o amarte sin que el tiempo o la distancia hayan desgastado mi deseo de caricias y palabras.

A Luis le gustaba la cocina sencilla, la que inventan los pueblos. Platos tan originales, sorprendentes, equilibrados y sabrosos que no nos damos cuenta y pensamos que existieron siempre. Nos parece imposible un mundo sin ellos. Han pasado los años y sus palabras, destiladas desde entonces por mi propia vida han ido descubriendo esas certezas que él me regaló con la generosidad de los viejos amigos, de los amigos viejos, de los hombres que han vuelto de un lugar lleno de miedo y de tristeza y han vuelto sin embargo vencidos, pero sin miedo y sin tristeza. A él nunca le recuerdo. No hay recuerdo para quién no se olvida. No hay vuelta a ningún tiempo pasado porque él está muchas veces presente, con su brillo de hombre valiente. ya sabes, es lo que hay, estás avisado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario