martes, 18 de mayo de 2010

BUÑUELOS DE VIENTO

Llegó de muy lejos, de Nueva York, Bruselas, Lima, Guatemala, Santiago de Chile, la Ventilla... Se dormía en lo alto de los vientos, se dejaba acunar por terremotos y lluvias torrenciales. Siempre pensé que un día también yo subiría a vientos, terremotos y lluvias para ir a buscarla pero nunca lo hice. Siempre pensé que un día el azar cruzaría los laberintos extraños de nuestras vidas. Hasta que tuve la certeza de que eso nunca podría suceder. Siempre pensé que siguiendo las migas de palabras que dejamos en los bosques y las ciudades que pisamos me llevarían de vuelta a sus caderas. Pero las migas se deshacían en las nieves del invierno y los soles del trópico.

Llegó de muy lejos y cómo si fuera ayer me acariciaba la mano con un poco de silencio. El mismo silencio con el que yo me fui tan lejos el primero.

Ningún dulce con nombre tan bonito como “buñuelos de viento”. Mi tía Maribel hacía y hace los mejores del mundo rellenos de crema, de cuidado o de nada, el buñuelo solo, relleno de viento y de hambre de golosina. Yo sé que también hacia buñuelos de viento su madrina las tardes de verano de la infancia.

Un día soñé que me acercaba a una casa de madera pintada de azul intenso y llevaba de obsequio de visitante por sorpresa para ella una caja llena de buñuelos de viento. Otra vez soñé que saboreaba con los ojos cerrados esos buñuelos de viento y yo besaba su sabor en sus labios y luego ella recordaba todos los nombres de los vientos que le acariciaron y yo acariciaba su pecho y soplaba en sus pezones para que recordara el viento de mi deseo.

Y un día soñé con una cocina grande y antigua en la que ella calentaba el agua con la mantequilla, el azúcar, la ralladura de limón, la pizca de sal, hasta que todo hervía como el amor y añadía entonces el harina hasta que la masa consistente se desprendía de las paredes del cazo. Entonces retiraba el amor y el cazo del fuego y dejaba que la masa se templara con un beso y un soplo mío a su espalda desnuda y añadía entonces, uno a uno los cuatro huevos frescos, despacio, esperando a mezclar bien el primero antes de añadir el segundo, el tercero y el cuarto mientras yo, de su espalda, acariciaba el lugar con que sueñan los hombres y también las mujeres cuando se acarician solos.

Ella dejaba reposar dos horas esa masa. Reposaba la masa de los buñuelos que no la masa tibia de los buñuelos de piel y leche de sus pechos jugando con mis labios de glotón incansable.

Y después yo, calentaba el aceite en una sartén honda a fuego suave y ella dejaba caer cucharadas de masa que se inflaba despacio y luego les daba la vuelta para que se dorasen por igual por todos lados. Entonces sacaba los buñuelos de ese mar de aceite y los dejaba en papel absorbente antes de espolvorearlos de azúcar muy fina y polvo de canela. Y yo los rellenaba de puré de fresas, de crema de chocolate, de crema de melocotón y de nada, sobre todo de nada, de viento, soplos, besos, buñuelos de viento para merendar encima de su cuerpo y chupar la crema, saborear la canela y el azúcar, no sé si del buñuelo o de su carne de mujer.

Vaya sueños.... ¿Qué diría el abuelito Freud de todo esto o qué diría Cristina Nehring?. Tal vez ambos se apuntaran a hacer buñuelos o el amor con sus amigas o amigos respectivos y dejarían las palabras y el análisis para cualquier otra de mis recetas.

Llegó de muy lejos. Por eso, a partir de entonces, ya nunca me fui de su lado. Que el mundo es grande y la vida azarosa y los buñuelos un dulce de viento para comer siempre con amor, con deseo, con hambre y con palabras junto a ella.

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