jueves, 6 de mayo de 2010

ENSALADA DE BACALAO Y SUEÑO

Foto: Elena Kalis

Reconocerse. Decir contigo.

Y antes de todo, antes de estas palabras, antes de irse esa noche a dormir había preparado para cenar una ensalada fresca, intensa, fácil y difícil, con tomates pelados cortados en tiras, un puñado de rúcola, espinacas cortadas en juliana y también albahaca, unos pimientos asados, un poco de cebolla rallada y finas tiras de lomo de bacalao desalado. Aliñando la mezcla con mucho aceite de la Serena, una pizca de wasabi, unos piñones tostados machacados y vinagre de Jerez.

Llegó de madrugada, en ese momento extraño en que los sueños nos parecen verdad, en ese instante en el que la vida se confunde con los deseos y los pasados futuros probables y los probables futuros presentes se mezclan como en los túneles y puertas menguantes del cuento de Alicia. Es posible que susurrase: ya estoy aquí. Es probable que se metiera en silencio bajo el edredón y sintieras de lejos el frescor de su piel de sirena o el frío de la calle que no rompió tu sueño ni tu nadar tan lento en el sueño. Sientes su abrazo, sus pechos en tu espalda, palabras en idiomas que solo entienden los corales oscuros, los meros centenarios, las algas gigantes del Pacífico, palabras que vienen de tan lejos que ningún cartógrafo ha alcanzado aún a dibujar el territorio, palabras tan difíciles que se han convertido en música que mezclan las tormentas escasas de abril. Es posible que susurrase: soy yo. Es probable que su nombre resonase dentro de tu cuerpo igual que suena el Atlántico en la pequeña caracola que escondes en tu librería y que sintieras de lejos el calor de su piel, ese calor dulce que no te saca del sueño ni tu nadar tan lento en el deseo. Sientes sus labios, esta vez muy seguros y abres los ojos más no para verla tan cerca y tan seria y tan bella.

El amor tiene eso, que a veces enreda sueño y realidad o inventa otra dimensión, un lugar especial y secreto en el que todas las partes de los cuerpos pierden los nombres que las limitan y todos los deseos pierden el motivo que los provocó. Soy poco complicado en el amor. Eso le habías escrito. Pero aquel era un amor complicado. También sencillo porque un cartógrafo y una viajera mantienen siempre una lealtad inquebrantable para no perderse en todos esos caminos tan pisados por el mundo, porque saben que de la playas frías en la que van las ballenas a morir a la arena caliente del Caribe, de la ciudad gigante que lava el Hudson a la aldea en el que un torrente de montaña esconde a las truchas, del norte en el que sisean las auroras boreales al sur en donde la fina arena del desierto fabrica un velo de tiempo, en todos los lugares, al cogerse las manos en el camino, en el sueño o en el deseo se reconocen.

Reconocerse. Decir: contigo. Sean tal vez las palabras más difíciles del mundo de decir. De vivir. Palabras complicadas. Palabras sencillas.

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