jueves, 27 de mayo de 2010

LUJO I

Yo con 22, en nuestra casa de la calle Segovia. Cazábamos palomas torcaces desde la terraza con anzuelo y garbanzos cocidos, recolectábamos plantas aromáticas para cocinar en el Botánico y guisamos alguna carpa del lago de la Casa de Campo, y Florencio, de cuando en cuando, requisaba algún melindre, delicatessen, alimento de lujo en cierto gran almacén muy bien surtido. Yo ganaba dinero haciendo los trabajos de crítica de libros de lectura obligatoria para otros estudiantes con más dinero y ganas de notable. Aquí estoy, leyendo “Si una noche de invierno un viajero” de Italo Calvino con unos langontillos, caviar de verdad, un poco de cava y de vinito metido a remojo. Me pilló Angel pero no intentó ningún soborno con la foto. Estudiaba poco y leía mucho. Ya intuía entonces, sin leer a Marx ni a Veblen, que el lujo era otra cosa, saber, tiempo, tranquilidad, sonreír, amar.

Me gustaba entonces hacer hojaldres de fantasía rellenos de todo (que fiebre me dio por el hojaldre entonces) . A Marisa, mi compañera de piso, le gustaba uno de brotes de soja, queso, jamón y pollo, a mi me gustaba su marmitako de atún.

Ha pasado mucho tiempo y me siguen gustando las bañeras, comer y beber bien, los lujos que no son de lujo como tener tiempo para leer despacio metido en un baño de espuma, las palabras de Italo, sonreír y tener la certeza de que el tiempo por venir siempre es mejor.

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