martes, 6 de julio de 2010

OSTRAS AL PIL PIL

(Fotografía de la Australiana Martine Emdurc) En el amor los distintos no se atraen como ocurre con los polos de un imán. Este símil, bueno para el hierro magnético, no sirve para la carne viva, no vale para las personas. Pero a veces, en el amor, los distintos se mezclan en una salsa deliciosa como el pil-pil. Gelatina del fondo del mar y aceite de olivos solares y ajo de la tierra negra se mezclan en una salsa frágil, nueva y exquisita en la que ya todo es otra cosa, fusión de distintos, golosina, sorpresa, pasión.

Y para que esto ocurra son necesarias las manos y la intención, tener la certeza de que algo en principio imposible de mezclar va a fundirse, tener la sabiduría y la voluntad de mantener el ritmo en la cuchara, el fuego muy lento y los ingredientes mejores. El pil pil y el amor entre distintos no son tanto un milagro casual como un secreto que requiere saber cocinar, haber aprendido de otros la receta y tratar con mimo e intensidad la carne de mar y la lava dorada de este guiso.

A veces guardo un poco de esta salsa que quién esta en el secreto sabe recuperar y revivir de la nevera. El amor conservado en el círculo polar se vuelve a veces trópico. No voy a contar aquí el qué, el cómo, el cuando… sólo que sobre unas ostras templadas en horno muy fuerte cinco minutos derramo una cucharada sopera de pilpil templado en cada una y sirvo y acompaño con un Sauternes frío. A buen entendedor.

En el amor los distintos no se atraen pero de los distintos está hecho el amor más delicioso, escaso y secreto, ese que no se cuenta, ni se escribe, sólo se saborea en silencio mezclado con risas y caricias y vino. El pil pil tan difícil de la vida.

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