miércoles, 25 de agosto de 2010

FLAN DE FRUTAS Y PESCADO

(Fotografía de Lee Price) Suave como la piel de un sueño después de una noche entera de sexo. Suave como una salsa pilpil recién ligada. Suave como las palabras que se dicen entre besos. Suave como el aroma de un asado lejano en invierno.

Se olvida cocinar. Y se olvida amar si no se hace o piensa o sueña, si no se guisa, si no se yoga (de yogar, no de hacer yoga, viene de yacer, de holgarse, de jugar…El Quijote).

Regresar a ti. Porque es falso que regresar amenace con la desolación. O que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. A veces sí, a veces no. Hay caricias y olores a los que sé que no regresaré, (que pereza...) sobre todo cuando todo fue destruido o degradado hasta hacerlo irreconocible: una voz, una playa, un bosque, una ciudad, un gesto. Y hay nombres a los que siempre supe que regresaría porque el tiempo pasado ha sido siempre un largo regreso. Pero nunca como Ulises (Ítaca, qué pereza…¿quién amañó la obra de Homero con ese final de censor franquista?)

Salmón, cerezas, reinetas, bacalao, yerbaluisa y esencia de cola de sirena. En un vaso mediano apilo en capas separadas dados muy pequeños de salmón, trocitos de cereza, dados de bacalao, daditos de manzana, yerbaluisa picada y rayadura de lima. Añado la esencia de cola de sirena desleída en agua caliente y enfriada con hielo y cubro con ese caldillo este falso flan multicolor hasta que gelatinice en la nevera. Acompaño luego el plato con un aliño de aceite y zumo de limón, cucharada de mostaza y dos colas de gambas crudas.

Regresar a ti, a la suave gelatina de cola de sirena. Suave como las palabras que el deseo guarda para la memoria y el futuro. Suave como la piel de tu cara de cuarentañera y tu forma de acariciar. Luis Cernuda se equivocaba. Lejos no habita el olvido.

Y de postre sandía de Neruda.

martes, 24 de agosto de 2010

CORVINA ASADA CON MANTEQUILLA DE MENTA Y CAVIAR

(Pintura de Jim Daly) Canta Frank por ahí: There was a girl in Denver, / before the summer storm. / All her eyes were tender, / all her arms were warm,/ and she could smile with the thunder, / kiss away the rain. / Even though she's gone away, / won't hear me complain.

Y tu tan lejos. Y yo con una humilde y deliciosa corvina que no pesqué y que he reducido a pequeños lomos limpios de piel y espinas y que he sumergido en mantequilla tibia con menta machacada durante una hora y que luego asaré a horno fuerte menos de cinco minutos y salaré con sal con algas de Guerande y enriqueceré sin merecerlo con dos cucharadas de caviar ecológico de Riofrío de Granada que venden en el mercado de San Miguel.

En el Cantábrico siguen vivas las historias de sirenas y de seres mitad humanos mitad anfibios como los monstruos de Lovecraft. La ciencia, su ambición, es explicarlo todo, pero el cerebro se resiste. Si: electricidad y química, bla, bla, pero ya se dan cuenta que esa división escindida, religiosa de cuerpo y cerebro (antes alma y cuerpo) es artificio. El cerebro lo es todo, baja por la médula espinal y abarca nervios hasta la última célula del cuerpo. El cerebro es el cuerpo. Y el cuerpo, a su manera sabio, guarda memoria del mar, todos somos sirenas (o fuimos) o medio corvinas. Así que hoy me siento caníbal, monstruo marino, sireno. La corvina exquisita, simple, suntuosa. Se puede ser caníbal pero no salvaje.

Buscaré en mis instintos el recuerdo de nadar en tu piel, aunque ni siquiera recuerde hoy como se flota. Seguro que se nadar. Tu mar es mi mar.

antes de que llegaran las tormentas del verano. / Todo ternura fueron sus ojos, / todo tibieza cariñosa fueron sus abrazos. / Era capaz de sonreír sin estremecerse / a la luz de un relámpago / y con sus besos alejar la lluvia.

viernes, 20 de agosto de 2010

TOSTADAS DE PAN FRITO

Te digo, con palabras que no pueden explicar la inmensa ternura con que guarda mi memoria esos olores. No sólo era delicioso el olor a buñuelos, también una rebanas de pan del día anterior, frito, dorado en aceite caliente y luego con miel por encima. Ese olor me sacaba de la cama. Me ponía un jersey viejo y bajaba a la cocina a por la sonrisa de mi abuela y sus tostadas. Y luego al río, tan frío ya y esa soledad grande y ese silencio de bosque mientras meto los pies en el agua y doy la vuelta a las piedras buscando el cebo y encontrando, sin saberlo, todas estas palabras.

Deseo los primeros días del otoño, cuando se acaba septiembre y las noches ya son casi frías, pero las mañanas tienen la luz aún intensa y dulce de las sorpresas. Esas mañanas apetece comer churros y zumo recién hecho y tomar dos cafés muy despacio sin dejar de mirar tus ojos.

Mordernos con amor y tiempo en Nueva York, en Santorini, en París, en Barcelona o bajo la sombra verde la las auroras boreales o un verde refugio en el Cantábrico. Pero tu prefieres esta ciudad, la más nuestra. Me dices que prefieres tocarme con deseo aquí, nadar aquí sobre mi cuerpo, morder aquí el amor, el tiempo y los guisos que yo te haga.

Esas mañanas de otoño apetece no salir de la cama y probar en que cambió el sabor del cuerpo el sueño. Te digo: Sabes a mar si el mar supiera dulce. Sabes a palabras recién hechas al horno. Sabes a los sueños que perdemos y a tostadas con miel. Y tu me traes los sueños, el mar y un silencio caliente junto con el café.

Te llevaré por todos los mares que imaginas, pero tendrás que dibujarme antes los mapas que no existen, para eso eres cartógrafo. Dices, antes de seguir probando la mínima distancia entre dos cuerpos y que se llene la calle de ruidos cada vez más lejos. Y después levantarme con mucha pereza a cocinar algo para deshacer el hambre porque el hambre de tu piel sigue tan intacta. Escribo tan poco del deseo. Te digo. Me revuelves el pelo mientras bebo de ti.

Sabes a mar si el mar supiera dulce. Pero no sé que mar dibujaré para ti. Para comer haré tostadas de pan frito.

jueves, 19 de agosto de 2010

CARTAS DE AMOR QUE NUNCA ESCRIBISTE

(Fotografía de Paco Rosso de las piernas de la poeta Laura Rosal)

Escribiste aquella historia con ese título tan raro: “Cartas de amor que nunca escribiste”. Fue pura vida inventar. Fuiste feliz en su escritura apresurada y furiosa y dulce. Querías demostrar que el amor no necesita muchas afinidades y si de complicidad, valentía, desnudez. También querías demostrar que sabías describir el amor. Te gustó inventarlo todo, no poner nada tuyo, jugar a esconderte en él, en Mae, en Alex, Virgilio, Alba, Lia, Ariadna... en algunos guisos apenas sugeridos.

Solo era tuya esa duda: todas esas cartas de amor que nunca escribiste. Que nunca escribimos. Que nunca escribirás ya. O eso pensabas.

Y ahora, de nuevo en una historia, borracho con la historia de amistad de un viejo cocinero enfermo de alzheimer y una loca cuidadora, embriagado por los sabores y olores de cocinas y ciudades que se me cuelan en las palabras.

Pero antes tienes otra historia pendiente a la que das una vuelta cada día. Tantas vueltas ya. La historia de una noble y misteriosa dama y de un renombrado y viejo cartógrafo a comienzos del siglo XVIII. Ella dibujando los mapas de la historia que vive y él los mapas de tierras aún desconocidas. Una rara historia de amor, descubrimientos, política, aventuras, misterios… en la época en la que la ciencia parece que por fin podrá hacer olvidar las supersticiones. Te gustará enredar además en las cocinas europeas del siglo XVIII. Aunque en esta historia vas a jugártelo todo. Los mapas que dibujan los cartógrafos sirvieron para dominar la tierra. Los mapas que inventan los cartógrafos nos llevan a lugares desconocidos de los que no se vuelve.

Me gusta ese momento de DE CARTAS DE AMOR QUE NUNCA ESCRIBISTE en la que ellos se encuentran:

(…) ¿Cuántos años tienes? Le preguntaste cuando abrió los ojos. Veintinueve. Pensaste algo ridículo: huele a mar. Le besaste los labios secos y algo hinchados para beberte su sabor o el sabor del sueño. Sí, era muy joven y sin embargo sentiste que estaba cansada de vivir, o tal vez fuera al revés. Era la vida la que se había cansado de ella dos años antes. Un veinte por ciento, me había dicho el médico. Cuando iba al casino sólo sabía apostar a la ruleta a par o impar, con menos de un cincuenta por ciento de posibilidades no había esperanza. La maldita formación de económicas, no hay magia en los números. Solo certezas. Un veinte por ciento joder, con veintisiete años. La quimio me mataba, solo quería morirme pronto, envidiaba a esos dos amigos que habían tenido la valentía de suicidarse. No quería que nadie me viese así, cadavérica, sin pelo, con unas ojeras amarillas que me daban miedo. Un día vino el viejo a verme. Sabía lo del veinte por ciento. Vamos a casa chiquilla. He hecho arreglar la casa de los guardas. Allí estarás bien. El ama te hará unos buenos desayunos de pan con aceite y tomates maduros del huerto para que recuperes el color. Ya les he dicho a los médicos que se dejen de mierdas. En cuanto se te pasen los efectos de esta sesión pide que te bajen. Te espero en el coche. Y me fui con el general. Una semana después llegaron los resultados de los análisis. Estaba curada. ¿Cuántos años?, no sé. Pero eso nunca se sabe. Mira el viejo, tenía que haber muerto muchas veces en la batalla de la Ciudad Universitaria y sin embargo no le rozó ni una bala. Será cosa de familia.

Pero esto te lo contó después del beso, de que os mordierais los labios y que os revolcarais sobre el suelo. Un segundo antes erais solo dos extraños que se tratan por azar unos momentos, os despediréis con cortesía y distancia, nunca más se cruzarán vuestras vidas. Un segundo después sois dos cómplices de la risa, la saliva, mirándoos a los ojos para que el uno se diera cuenta de que el otro también estaba allí, sin ningún miedo a dejarse llevar a cualquier parte, a tocar, a lamer, a comer, a acariciar todos esos lugares tan reales que dan forma a los cuerpos. Tras el hambre llegó el hambre. Mae fue a la cocina y preparó pan con aceite y anchoas, manzanilla bien fría, jamón. Encendió unas velas, te alimentó con sus dedos igual que antes te había alimentado con su deseo. La alimentaste con tu boca igual que antes lo hiciste con tus manos, ofreciéndoos los mejores bocados. Tu cuerpo sabe a mar si el mar supiera dulce. Tenía el cuerpo aún muy delgado, pero ya moreno del sol de la primavera del sur y en el costado, junto a uno de sus pechos, una cicatriz aún violácea delataba el mordisco de la bestia, la lucha ganada. Después de comer y de beberos la botella entera de vino os cubristeis con una sábana. Sonaban los grillos en la vega y las velas iluminaban apenas vuestras caras. ¿Qué harás ahora? Preparo un viaje. ¿Un viaje? Sí, me voy contigo a ver a ese librero.

Ahora, abrazado de nuevo por las piernas de Mae, respirando su aliento y sus palabras, dejándote llevar, besando su cicatriz violácea, su vulva rosa, sus ojos negros, no queda nada de aquel hombre que llegó cansado a la verja de una casona de las afueras de Sevilla. Estás desnudo, por fin, del infinito peso del tiempo malgastado. Después, cuando ella te cuenta quién fue, a qué sabe de verdad el dolor, de qué color es la muerte, entiendes que es verdad, que no se trataba de una borrachera fugaz de sexo y primavera, sino de un reconocimiento, de una sorpresa, de una certeza. Tienes en los brazos un trozo de la gran tarta de la vida entero para ti. Toma, cómetelo entero, compártelo conmigo, di que sí. (…)

miércoles, 18 de agosto de 2010

EL DUENDE FELIZ COME GUISO DE ANGUILAS

Es verdad, era un duende feliz igual de hechizado por el campo que por las ciudades, las anguilas, los zorzales, las palabras, la risa, tus ojos.

De los ríos al mar de los Sargazos, pez, serpiente, bicho… Compré unas anguilas en el mercado de Oliva y mi hijo las devoró con delectación, ¿dónde encontraré anguilas en Madrid? Busco por Internet sin encontrar nada. Otro animal maldito. Otro alimento tabú. A mi también me vuelven loco. Y me gustan con su piel gelatinosa. Antes las tengo media hora en agua con vinagre y luego las limpio con un trapo para quitar bien la mucosidad. Las destripo y troceo en trozos grandes. Sofrío cebolla, mucho ajo, una punta de cayena. Trituro y paso la salsa por un chino. Frío despacio en poco aceite los trozos salpimentados de las anguilas y cuando están dorados añado la salsa, remuevo cinco minutos y listo. Ya tengo el mejor aperitivo para pringarse bien los dedos y tomar con una cervecita bien helada. Luego está ese plato de invierno fastuoso, puro lujo, para morirse de gusto del arroz con zorzales, caracoles y anguila. Se me hace la boca agua recordarlo.El viejo de la cola del mercado negaba con la cabeza ¡ah!, las anguilas ya no son como las de antes, estas son de piscifactoría. Tenía razón en hombre, pero mi hijo Guillermo no conoce otras y le parecieron exquisitas.

El deseo, como el gusto, nacen del instinto de vivir (no confundo con el hambre, que es algo terrible, una infamia inexplicable hoy en este mundo de abundancia). El deseo, como el gusto, nunca se conjugan en abstracto y nacen de un lugar de la memoria y el instinto muy profundo.

La brisa mañanera de la sierra me limpia el sueño, ayer hubo tormenta, ricas lluvias torrenciales de verano y vendrán más para reverdecer el otoño y la música del duende comedor de anguilas. El deseo y el amor y los sueños y un embrujo preciso que sólo tu conoces. Embrujo de palabras tramadas con hilo de acero y de seda, con mapas del tesoro y remotos paisajes que me enseñas con una caricia de tus manos.

martes, 17 de agosto de 2010

LASAÑA CON HAMBRE

No solo Garfield y los ingleses son los mayores comedores de lasaña. También yo. Me comía ahora una lasaña recién sacada del horno, una de esas lasañas de verduras y marisco que suelo hacer a veces cuando he soñado que duermo junto al mar. Sofrío con poco aceite el calabacín, cebollas tiernas, pimiento cornicabra, tomates maduros ecológicos de mi tierra y luego, en crudo y peladas, añadía gambas, cigalitas, amor, berberechos, albahaca. Lamina de lasaña verde, capa de sofrito, dos, tres, cuatro capas intercaladas y por encima, antes de hornear, una besamel ligera hecha con buena mantequilla y su final de nuez moscada. Me gusta quemarme la lengua con la lasaña y tomarla con un tintorro fresco, un Somontano en honor de mi tía Mado, maña, guapa y valiente que nos hacía en los septiembres de mi infancia las paellas más heterodoxas y ricas que he probado nunca.

Me comía ahora una lasaña de estas para merendar, con vistas al Cantábrico y a un cielo con nubes a punto de llover. Después dos kilos de mejillones al vapor de menta. Y de postre un buen cuenco de queso de Cabrales batido con su sidra para untar en un buen pan gallego. Tengo hambre y soy glotón.

GUISO DE CARICIAS

Ya sabes, ya me conoces, los cocineros somos brutos, bruscos, palabreros, pero también delicados, tranquilos y prudentes. Cocinar es cansado, agotador a veces, pero nunca me canso de cocinar, de escribirte, de tí. Bebo un Chablis frío mientras pienso en una receta para tu corazón de nómada. devoro unas anchoas sobre tomate rallado y pan tostado mientras aguanto el hambre que tengo de tu piel.
Miro tu foto. Tus dos sonrisas. El tiempo pasa y vuelve el Tiempo. Todos los pasados futuros posibles comienzan siempre en el presente. ¿qué se necesita para cocinar?, ¿qué se necesita para amar?... además de las ganas, el hambre, los ingredientes, el saber, el deseo... solo algo valioso: tiempo. Tener tiempo. Con tiempo se hacen grandes guisos y con tiempo se hace el gran amor. Un tiempo que no está sólo en los relojes o los calendarios sino en el tic-tac del corazón.
Cierra los ojos, descansa, deja que el mar te limpie. Saber amar. Cómo no voy a saber amarte después de tantos años de distancia, de tiempo, de palabras, de silencio.
Hoy cocino con lentitud tus caricias y cuanto más tiempo pasen en el fuego estarán más tiernas, más suaves y más ricas. Y no temas, no se pasarán, ni se requemarán, atenderé al fuego cada día para que estén siempre a punto.
Cierra los ojos, descansa, ¿tienes hambre?, muerde una. Dos.

domingo, 15 de agosto de 2010

MERLUZA EN PAPILLOTE Y EL LIBRO DE ARENA

Paso de Borges. No se enteraba que el libro de arena era una playa. Que es más placentero escribir con el deseo y la caricia de un dedo sobre la piel humana a relamerse con palabras sobre la piel de un jaguar imaginario. Mejor echarle fantasía al amor de carne y hueso que proponer mitologías remotas. Mejor saber cocinar y andar entre sartenes que oficiar de fanático bibliotecario. Sofrito de cebolla, pimiento verde, ajo, perejil. Dejo abrir cuatro mejillones en ese guiso, quito las conchas, lo paso todo por la batidora. En una bolsa para asar meto un lomito gordo de merluza y esa salsa espesa, cierro la bolsa sin aire herméticamente y la sumerjo en una cazuela de agua hirviendo cinco minutos. Rica merluza en papillote que hice el otro día a mi tribu. ¿quién no ha escrito en la arena el nombre de quién ama?. Las olas lo borran todo. ¿todo?....

jueves, 12 de agosto de 2010

CABALLAS Y PERFUMES.

(Foto de K. Widmanska) Aunque no recuerde muchos nombres y caras no creo que olvide los sabores. Los sabores se hincan como un clavo oxidado en madera mojada y luego son difíciles de sacar, penetran en la pulpa y quedan medio fundidos con la madera. Igual los sabores, su recuerdo no es que sea un recuerdo es que son la memoria misma y la carne donde vive esa memoria. Entonces tú me cuentas: A mi padre le gustaban las caballas asadas sobre brasas gordas en las que luego mi madre echaba poco a poco ramas de romero cuyo humo perfumaba la carne grasa del pescado y cuando estaban apenas hechas añadía un poco de sal gris y un chorro de limón. Y ese olor es el olor feliz que tengo de mi padre. Dulce, salado, ácido, ahumado es el olor más antiguo que tengo en mi cabeza. Creo que tengo muchos más olores felices que recuerdos felices. Me miras, me besas y sigues contándome. También tengo un olor feliz reciente y que espero que ese olor me acompañe hasta que sea vieja. Es olor de un novio que tuve hace tres o cuatro años. Un noviete de verano de esos en los que no pones mucho amor, deseo el justo, pero que son encuentros ligeros, intensos, dulces y divertidos. Tampoco era ningún artista del follisqueo y se quedaba dormido algunas veces en medio de la faena. Pero era entonces cuando más me gustaba. Su respiración tranquila, su cuerpo recién sudado, mi propio olor en su cuerpo, su sexo, su boca. Cerraba los ojos y acercaba mi nariz a todos sus rincones y a veces mi lengua para descubrir si el sabor era distinto a ese ¿perfume?. Pero él no usaba ninguna colonia, ni perfume. Salíamos del mar, nos secábamos con los últimos rayos de sol de la tarde y subíamos por las rocas de la cala hasta alguna duna suave que solo tuviera leves cicatrices de los escarabajos. Allí extendía él una manta grande, vieja y gruesa del color pardo de la arena, bajo la sombra, ya la penumbra, de algún esparto y follábamos con ganas. Pero yo esperaba a que terminase, se fumase un cigarro de liar y se quedase dormido, abandonado a mi vigilancia para olerle con intenso placer. He guardado ese olor en mi memoria muchas tardes. Qué rico. Y era su olor lo que me excitaba tanto que a veces le despertaba con brusquedad y hasta violencia para seguir follando y alimentándome del olor de su piel sudada, sus ingles, sus axilas, su pelo. Ese olor es también un olor feliz que no olvidaré jamás. Con él descubrí que hay gente que no huele bien y a esa ni te acercas, casi por instinto; hay gente que huele neutra y de esa está más o menos el mundo lleno; y hay gente cuyo olor se nos clava en el cerebro, en no sé qué lugar sensible y esponjoso y nos llena de placer simplemente eso, su olor, invisible.

Preparo unas copas de ginebra, martini seco, un pepinillo y vuelvo a tu lado. Me asombran tus palabras y el color de tus ojos: Color de algas vivas, de musgo en invierno, de bosques de robles en abril. Eso escribió de mi un amigo al que hacer muchos años que no veo. A él si le amé. También me gustaba su olor. Pero no quiso estar conmigo. Muchos años me pregunté porqué, aún me lo pregunto. Sé que el también me amaba. Y sin embargo…

Se quedan tus palabras flotando. Qué imbécil aquel tipo que no se fue contigo. He comprado caballas. Abiertas en dos mitades las he tenido macerando en aceite, limón, sal, menta, tomillo, cáscara de naranja durante una hora. Las aso ahora al fuego y el humo de su grasa cuando cae en las brasas se va con la brisa hacia el mar. Que imbécil aquel tipo por dejarte. Me gusta que me hables de tus amores. Ellos no están ahora contigo. Y yo sí.

miércoles, 11 de agosto de 2010

PASTA Y POCO MÁS

Cortado en dados gordos, sofrío en buen y abundante aceite, calabacín, berenjena, pimiento verde, cebolla, ajo, luego dos tomates grandes, rojos y pelados. Cuando el tomate está a medias crudo a medias cocinado añado un kilo de mejillones pequeños abiertos al vapor, revuelvo el pisto cinco minutos y lo vierto en unos espaguetti cocidos al dente. Comida playera. Por encima albahaca picada y punto. Nada más. Hoy no hay amor aquí, solo comida. El amor viaja hoy en silencio por otros caminos invisibles.

martes, 10 de agosto de 2010

LANGOSTA EN SALSA DE SUEÑO

Los que llegaron a este lado del mundo sabían que detrás de ellos no había nada que mereciera la pena pero delante, en sus sueños, en las selvas podridas, los ríos sin nombre, los encuentros con animales de pesadilla y gente extraña, En los días de agotamiento, dolor, incertidumbre y fiebre sabían que estaba el paraíso. Y llegaron aquí, al paraíso, un mar inmenso, un océano que tenían el azul de los ojos de la sirenas adolescentes y la tersura de la piel de las hadas. El Pacífico. Y así está hoy, esta tarde de verano, pacífico. Me duelen los oídos de bucear toda la tarde persiguiendo las langostas. He encendido el fuego al abrigo de un tocón y puesto sus grandes caparazones abiertos sobre una parrilla herrumbrosa. He convencido a la vieja mulata de la casona del fondo para que me deje su mortero y su cocina y los ingredientes necesarios para hacer algo parecido al romesco. Y ella me ha echado un piropo que me ha sonrojado. Has pelado y troceado un papaya y no sé de dónde has sacado ese cubo de plástico azul lleno de pedruscos de hielo y esa botella grande de champagne, pero no pregunto, por algo eres una bruja.

No me puedo creer que estoy aquí, ahora, debe ser un sueño. Pero la carne consistente y dulce de la langosta mojada en el romesco, el vino helado, la papaya refrescándome la boca son verdad, tan verdad como tú y este Pacífico que no es el fin del mundo sino su comienzo. No hay nadie en esta playa. No hay nadie en el comienzo del mundo o en su fin. Comienza a rizarse el mar, nacen las olas a tu voluntad y comienzan a sonar rompiendo con delicadeza entre las rocas, ahí abajo. Y luego tú y yo, sentados muy juntos, frente a frente, el uno sobre el otro, desnudos, saboreamos el postre. Más tarde, mientras el sol que no acaba de esconderse cambia el color de tu piel, saboreo de nuevo todos los instantes de este día de mi cumpleaños. Es una suerte estar frente al Pacífico, saber soñar, disfrutar con las palabras y con las langostas asadas, las frutas del paraíso, los vinos franceses. Es una suerte de amar a una bruja.

domingo, 8 de agosto de 2010

FOTOGRAFÍAS RECORDADAS MIENTRAS GUISO

(Ilustración de Miguel Rodríguez)

Guisas para todos una buena cazuela de pollo con verduras. Primero dorar el pollo. Luego en ese aceite hacer el sofrito de cebolla, tomate, pimiento, ajos, laurel. Aún hay sombra en el jardín. Te has levantado tarde. Todos se han ido a la playa. Después añades el pollo dorado antes, el vino, las hierbas y dejas que se haga muy despacio, sin tapar. Te da tiempo a escribir lo que no se te va de la cabeza. Te sientas con un café debajo de la palmera, a la sombra del seto y te pones a Mark de música de fondo aunque al rato ya no escuches, sólo escuchas el ruido del mar en la memoria y su voz.

Mírala. A la legua se ve que está muy enamorada, en sus ojos color de algas, en su sonrisa primero cerrada y luego tan abierta, en su piel morena, en la brisa del mar enredando su pelo. Bellísima así, porque nada nos pone más guapos que el amor y eso se nota, lo notan todos. Imposible transmutar el amor en una crema, perfume, tejido por mucho que quieran engañarnos. Esa belleza nace de lugares muy escondidos, es una mezcla de desnudez, libertad, arrogancia, pasión, alegría. Mírala. Que cosas será capaz de decir en voz baja, imposible imaginarlo pero sientes un escalofrío solo de pensar en esas palabras. Y qué cosas será capaz de decir en voz alta, allí, en ese momento, junto a ese mar. Esa clase de belleza no se olvida, se nos clava en la memoria, se enreda en sus rocas, crece y crece hasta llenar sus muros como la madreselva. Mírala. No te cansarías nunca de mirarla. Puedes hasta olerla aunque esté tan lejos, aunque haya tanta distancia, tanta vida, tanto tiempo entre este ahora y ese antes, aunque sea sólo una fotografía. Puedes olerla. Huele a vida. Ese olor que buscabas siempre, ese olor que te volvía loco, ese olor tan raro. Huele a vida y a alegría y a mujer valiente.

Tú no estás allí. Nunca estuviste. Tal vez perdido en algún rincón muy cerrado de sus recuerdos en los que ya no merecía la pena entrar. Pero no te importa. No merecías estar allí y ahora no sabes ni siquiera si mereces estar mirando esa foto, cerrando los ojos para ver un poco más allá, asombrado aún, deslumbrado por mucho tiempo, sobrecogido por todo lo que nombran sus ojos, lo que ven y por ese olor intenso a mar y a amor y a ella. Mírala. Es ella, tenías el mundo entero para ti entre sus manos. No es retórica, ni metáfora, ni sueño, el mundo entero. Tú mundo entero.

Pronto cumplirás cuarenta y cinco. Te asombra seguir vivo. El pollo ya está hecho. Te largas de la casa y caminas por las dunas mucho tiempo. Hace calor. Te metes en el mar, flotas, cierras los ojos. Imposible dejar de mirarla.

EL PRIMER BOCATA DE TORTILLA

(Foto de Elena Kalis)

Y hubo luego, algunos años después, otra primera vez. Que te conté hace tiempo. Pero está fue la primera.

¿Quince años?, jugábamos en clase a mirarnos a los ojos a ver quién es el primero que pestañea y también en el autobús por las mañanas. Era delgada como un palo y tenía los ojos grandes, los labios finos, las manos inquietas. No la amaba. Yo tardé muchos años es aprender a amar. No sé si he aprendido aún. No se si sabría amar ahora. No la amaba pero era feliz metiéndome tan dentro de sus ojos con los míos a lugares sin palabras, brillantes y asombrosos. Lugares que nunca soñé que existieran. Ella fumaba a veces y le gustaba como leía. Y yo entonces leía tan mal como ahora. Tenía el pelo castaño claro y algo rizado y siempre decía que se iría lejos, que odiaba ese pueblo de paletos y chismes. Sus besos sabían a tabaco y a chicle de fresa, sus labios eran suaves y estoy seguro que ella no sabía que sus manos supieran tanto de caricias. De saber, de sabor.

Un sábado de verano nos quedamos en su casa, sus padres se habían ido. ¿Has hecho alguna vez el amor?. Claro. Y…¿tú?. Por supuesto tía. Ninguno de los dos sabíamos nada, pero hay veces que las ganas, la curiosidad, los cuerpos saben tocar las cuerdas más precisas y preciosas. Qué ganas y que sorpresa y que rico y que placer y que abismo mirarla entonces a los ojos para ver quién era el primero que pestañeaba. Su casa era muy grande y tenía el inmenso lujo de una pequeña piscina. Nos hicimos unas tortillas francesas en bocata con panceta muy frita. ¿Sabes cocinar?. Claro, ¿y tú?. Por supuesto tío. Ninguno de los dos sabíamos nada, pero hay veces en las que el hambre, la memoria, las manos saben hacer bien las cosas que vieron hacer tantas veces. Que hambre y que delicia y que placer aquel bocata, deseando terminar para comenzar de nuevo. No la amaba, pero nos amamos así, por primera vez en nuestras vidas. No fue ningún momento importante, no cayó ningún rayo, ni sonó ninguna música, ni se tiñó el cielo de rosa, ni fue sublime, ni tampoco un desastre. Fue rico, creo que para ambos, no paramos, no se nos borraba la sonrisa. Luego se fue. El curso siguiente ya no vino al instituto. La vida lenta que hasta entonces llevaba se aceleraba y todo fue cambiando tan deprisa y a veces con dolor… También yo me fui y nunca más nos vimos.

Me he acordado hoy de todo esto, pero no con añoranza, ni con melancolía, ni con esa idea de cierto paraíso perdido que es siempre mentira. Al contrario, si acaso hay un paraíso es el presente. Me he acordado porque fue la primera vez que hice el amor y la primera vez que cociné para una mujer. Pero lo había olvidado. Dicen que eso nunca se olvida. Yo sí lo había olvidado. No la amaba. He tardado muchos años en aprender a amar y no estoy seguro de saber. Quería contártelo. También.

Bocata de tortilla francesa con panceta, vaya comida. Creo que después de tantos años sigo sin saber cocinar, sin saber amar, aunque diga, siempre ¿Claro que sé. ¿tú no?

jueves, 5 de agosto de 2010

FIBROSO COMO UNA ALCACHOFA

Amor a la fritanga. Yo soy comilón, delgado, fibroso, ni musculitos ni barriguitas. Descubro que a mis amigas les gustan más los barriguitas. Tantas revistas, marcas, productos vendiendo delgadez y tíos cachas con abdomen tableta de chocolate y lo que más gusta es un cuerpo grandote y blandito sobre el que nadar. En fin, nadie es perfecto. Yo menos. ¿y a ti te gusto a sí, tan seco, sin barriga ni blanduras?

Luego descubres que la gente se derrite por unos alcachofas fritas, joder que novedad, que sofisticación, que in, que modernez, que emocional, que guay…. Cocina de Barrio Sésamo. A mi me encantan pero no necesito ir de restaurante para zamparme un platazo lleno. Las hago en casa con unas buenas alcachofas navarras de bote, bien lavadas y escurridas y enharinadas con harina gorda, salpimentadas y fritas en aceite muy caliente y abundante, crujientes por fuera, blandas por dentro. Acompañadas de unos huevos ecológicos también fritos y sin escurrir, con su aceitazo estupendo y su sal de escamas por encima.

La fritanga me hace feliz, alimentos que metes en zumo hirviente de aceitunas y salen convertidos en otra cosa, la maravilla, el acabose, el novamás, solo que la receta de las alcachofas fritas tiene unos miles de años, no es muy moderna, pero a los amigos pijos se les hace el culo pesicola por las alcachofritas de cierto restaurante de moda. Que triste es pedir, pero más triste es ignorar lo que se come y no saber cocinar. Esta generación petisuis está perdida.

miércoles, 4 de agosto de 2010

TU SECRETO

(Foto de Lora Palmer)
...Tiempo, vida, deseo, manjares, golosinas, la piel suave de las sirenas, la piel dulce de las mujeres sabias, la piel rica de quien tiene hambre y ganas de tocar el mundo. Hoy me faltan palabras, escribo como si tuviera que grabar cada letra a troncos rugosos y duros llenos de años y lo que quisiera es escribir palabras invisibles en la piel de tu espalda y que tú las adivines y las nombres. Guardo tu secreto. Hoy no me duele. El amor alimenta. Aprendí a cocinar de generaciones y generaciones de mujeres que se pierden en la noche de los tiempos y ahora soy yo el que vive y come y ama gracias a su memoria, su ternura, su saber, sus guisos. Duermo con tu secreto, nada tan dulce probé nunca, ningún alimento sobre la tierra tendrá ese sabor para mí. Encenderé el fuego y esperaré a que el mar te traiga y todo sea propicio.