martes, 17 de agosto de 2010

LASAÑA CON HAMBRE

No solo Garfield y los ingleses son los mayores comedores de lasaña. También yo. Me comía ahora una lasaña recién sacada del horno, una de esas lasañas de verduras y marisco que suelo hacer a veces cuando he soñado que duermo junto al mar. Sofrío con poco aceite el calabacín, cebollas tiernas, pimiento cornicabra, tomates maduros ecológicos de mi tierra y luego, en crudo y peladas, añadía gambas, cigalitas, amor, berberechos, albahaca. Lamina de lasaña verde, capa de sofrito, dos, tres, cuatro capas intercaladas y por encima, antes de hornear, una besamel ligera hecha con buena mantequilla y su final de nuez moscada. Me gusta quemarme la lengua con la lasaña y tomarla con un tintorro fresco, un Somontano en honor de mi tía Mado, maña, guapa y valiente que nos hacía en los septiembres de mi infancia las paellas más heterodoxas y ricas que he probado nunca.

Me comía ahora una lasaña de estas para merendar, con vistas al Cantábrico y a un cielo con nubes a punto de llover. Después dos kilos de mejillones al vapor de menta. Y de postre un buen cuenco de queso de Cabrales batido con su sidra para untar en un buen pan gallego. Tengo hambre y soy glotón.

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