lunes, 4 de octubre de 2010

BUENAS MIGAS (para M. y C.)

(foto de Ricardo Romero Alonso)

El amor de los otros, y aún más si es cercano, me produce una íntima y feliz ternura. Y a veces el amor camina por el filo de la sombra, duda, se asoma a la soledad. Porque nada hay más inseguro que el amor, siempre presente, o nada más seguro por eso, solo existe de verdad en este presente frágil, de agua, tangible en los sucesivos instantes que nos regala la vida. El pasado solo es memoria, ácida o dulce, palabras o silencio. El futuro solo es fábula, incertidumbre, abismo. Quién ama aprendió de lo vivido y sueña con vivir este amor hacia delante, pero sólo en el hoy, lo cotidiano, en este presente sucesivo sabe a verdad y de verdad es dichoso, placentero, cierto, nuestro.

Por eso me hace feliz el amor verdadero, intenso, tierno, salvaje, dulce de C. y M., porque conozco además el difícil camino de mi amigo M. por la vida, sus luchas y dudas, su integridad de hombre, fiel siempre a su intuición, ideas, sueños, imaginación, memoria y presente. Él me ha dado muchas lecciones muchas veces, no sólo por amigo. Lejos de vivir confidencias en detalle muchas veces, en todos esos años, hablamos del amor, de quién amamos, pero no con la usura de la precisión o la jactancia, sino con la prudencia, las palabras justas, los silencios. Sabemos que se debe a quién se ama esa intimidad nunca rota, esa confidencia y desnudez que sólo ella tiene. Porque el amor, también es secreto entre amantes y el amigo sabe que no es necesario entrar ahí, nunca hace falta.

Claro que hablamos entre nosotros de quienes amamos pero con una exquisitez y una dulzura que sorprendería a quién escuchase a escondidas nuestras charlas de tantos años. Con lo brutos que somos o que fuimos y sin embargo…

Sólo conozco a C., sobre todo, además de por sus ojos azules de arrecife sin olas, por las palabras de M. sobre ella y nunca le escuché hablar así de nadie. Nunca sentí en sus palabras tanto amor, tan intenso, certero, tan fuerte, tan seguro.

Si, hemos amado, no sé si mucho, poco, demasiado, no se si a quién amamos nos recuerda con cariño, tolerancia y respeto. Largo camino este de cuerpos sucesivos, de amigas, de risa y complicidad siempre, casi nunca dolor. Hemos aprendido en todos estos años de tesoros, naufragios, viajes y versos por el mundo a amar de verdad, a darlo todo, a ser por fin nosotros, sin poses, sin máscaras, desnudos, frágiles, muy libres. Y todas las veces que nos equivocamos nos hacen hoy saber que el corazón ya no se equivoca y que ella es el amor de nuestra vida, un amor que nos hace felices, libres, auténticos por fin. Para M. es C. Para mi una sirena-bruja a la que nombro a veces entre guisos, la que invento, fabulo, bebo en este blog.

Los veo tan distintos y tan dentro el uno del otro. Sé que M. haría por ella cosas que nunca va a nombrar ni a decirme, adivino sus sueños y certezas, sé de su valentía y de su desnudez, muy frágil, entre sus brazos. Sólo hay que leer sus versos para entender.

Y para ellos estas migas de mi tierra, con sus patatas fritas, pimiento verde, pimentón dulce, tropezones de panceta y chocolate en taza para acompañar. Mi abuela Ángela siempre las hizo de esta forma. Gracias a Ricardo por su foto.

El amor es así, extraño, asombroso, agridulce, intenso, caliente, multicolor, sabio, milenario, compartido. Ese amor que se bebe a partir de cuarenta alimenta, nutre, gusta, relame, satisface como nunca ninguno. Mi amigo M. bien lo sabe. Y yo lo sé. El amor de su vida presente. No hay otra vida.

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