martes, 21 de diciembre de 2010

HUEVAS DE MERLUZA A LA PLANCHA

(Imagen de Kris Lewis)

Este año cumplirá sesenta y cinco. Se ha levantado tarde. Es domingo. Se asoma a la terraza. Hoy le parece triste el pequeño naranjo encerrado en la gran maceta, los geranios sin flores, las gitanillas medio heladas, esa mata de bambú negro traído hace años desde Denia y aclimatado con mimo al duro aire de Madrid. Hace un frío polar pero no nieva. La calle abajo está llena de gente paseando, comprando, aprovechando el sol de diciembre. Desayuna sólo. Pan tostado con aceite y puré de tomates secos y sobre esa pasta roja un poco de fuet cortado fino, café americano doble, zumo de mandarina con menta. Podría vivir en 1929, suena “suspiros de España” en una radio, la calle está llena de puesto callejeros, braseros con castañas asadas, chicos con cestas de mimbre vendiendo churros ensartados en juncos verdes, chirridos de tranvías o en el 2010 mientras por todas partes hablan de la crisis o wikileaks y hay miles de familias con pocas ganas de fiesta, incrédulas aún de este desastre. Podría estar en el 2040, los coches aún no vuelan pero utilizamos ordenadores cuánticos y robots, las ciudades comienzan a despoblarse pero se siguen vendiendo libros de papel. Daría igual. La soledad es la misma. Tiene el mismo sabor.

¿Era ella un invento de su imaginación?, ¿fue solo un sueño que nunca existió, como decía aquella canción de “el lápiz de el carpintero”? Echas el aceite sobre el pan. Ese bello color dorado y verde que te recuerda al color de sus ojos. Dejas el balcón abierto para que entre el viento helado y ventile la casa o tu memoria. Ayer el viejo pescadero te recomendó las huevas de merluza, muy frescas, están en su mejor momento. Las marinaste en ajo, orégano, un nada de pimentón, vino de jerez y perejil picado. Luego, más tarde, las cocinarás a la plancha con una mahonesa de rúcola que te gusta hacer y mojarás el plato con un culín de Ribeiro que lleva varios días abierto en la nevera. Alimentos raros: cortezas, mollejas, chinchulines, rabos de cerdo, hígado de rape… y ahora hermosas huevas de tacto aterciopelado y sabor intenso a mar profundo. Le irían bien una ensalada de algas con sésamo tostado y vinagre de arroz, pero tienes hoy la nevera medio vacía, al contrario que las miles de neveras de los españoles atiborradas de viandas esperando el potlach navideño. Mientras desayunas te preguntas si a ella le gustarían esas huevas, esa mahonesa verde, ese Riberio del que quedan aún dos copas generosas. Ni sueño, ni invento de tu imaginación. Tienes buena memoria. No eres aquel viejo cocinero de tu novela que iba olvidando todo de su vida. No, tu no olvidas, la recuerdas bien. Mientras desayunas la escribes una larga carta que luego borras apretando dos teclas. Hay cosas que es mejor decir cuando se está cerca. Mientras tanto bastan cinco palabras para romper la maldición de este silencio, este frío, esta soledad: ¿quieres venir hoy a comer?

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