miércoles, 19 de enero de 2011

COMER CON LOS DEDOS

(Foto de: eljardindebemi.blogspot.com)

Unos calçots, unos caracoles asados, unas alcachofas fritas… cualquier cosa con tal de mancharme los dedos, rechupar, sorber, meter la lengua, volver al placer infantil, primigenio, de tocar los alimentos y su jugo, su esencia, su tacto verdadero, su forma. Echo de menos el fuego, cocinar en la chimenea o la hoguera, el humo, ese sabor que sólo da el fuego de verdad a los asados.

Cocinar en el fuego cambia el humor de la gente, da más hambre, es una fiesta y me asombra que necesitemos algo tan poco novedoso, tan poco original, tan poco tecnológico, tan antiguo, sólo el fuego, los alimentos, la intemperie. Seguimos con el alma en la cueva, no en el Facebook. Seguimos prefiriendo pintar con los dedos en la roca a utilizar un perfecto rotulador japonés. Mancharnos, sentir, tocar.

Mucha moda, mucho disfraz, mucho maquillaje, mucha corsetería fina pero nos sigue excitando la desnudez, la piel, el cuerpo salvaje, la piel de las cosas, la piel de los cuerpos despojados de cualquier trampa, prenda, color.

Fuego y desnudez.

Si, unos calçots, unas alcachofas asadas, unos caracoles a la jauna, unas chuletas utilizando un trozo de pan a modo de plato y los dedos como la mejor de las cuberterías. Y después, o antes, hacer una cueva bajo el edredón y volver a ser cavernícolas, cromañones en invierno.

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