miércoles, 30 de marzo de 2011

PATATAS PARA CELEBRAR LA VIDA

(Foto de Ana Teresa Fernández)

No nos damos cuenta (tal vez porque esa lucidez podría pesar mucho cada día) de que la vida en el presente es un regalo, un privilegio, algo frágil y precioso que hay que tocar, sentir, hasta derrochar, pero nunca ignorar u olvidar.

Tal vez porque es primavera y no puedo dejar de sentir el instintivo estallido de la tierra en una belleza que nosotros hemos humanizado o porque tengo un amigo muy querido luchando por seguir bien y vivo, también con ese instinto del mundo y con el suyo propio, su voluntad de niño cazador y de hombre libre que me ha enseñado mucho sobre cómo vivir y qué no aplazar.

Y es un azar que yo no esté en su lugar y él en el mío.

No nos damos cuenta (quizá porque saber ese secreto nos hace ser de otra forma y sentir el tiempo y su música en nuestra vida con otro ritmo más arriesgado). Pero cada instante cuenta para sentirnos bien y no dejar pasar el tiempo ni aplazar lo importante.

Tal vez porque Marzo y Abril son meses para mí de visitar ríos crecidos de una belleza que sólo los pescadores y las nutrias tocan y sienten suyos. O porque me cuesta no sentirme en la piel de mi amigo ahora y recuerdo que mi padre vivió también momentos parecidos de desconcierto y dolor. Ponemos voluntad, pero hay azar, misterio, cruce de caminos, imprevistos, quiebros, terremotos. No podemos trazar el mapa de la vida como un mapa en un papel sino como un mapa en el agua o en la arena, muy cerca de la espuma y la marea, sabiendo que deberemos reescribir a cada instante nuestros pasos.

También cocinar es luchar, de alguna forma, resistirse a lo fácil, poner voluntad, atención y cariño en algo que va a durar unos minutos y tal vez se olvide. También en comer inventamos una belleza humanizada. Quiero pensar que le veré pronto y que compartiremos unas tapas de jamón, buen pan, unas cervezas y unos vinos. Compartir y comer algo bueno es una forma importante de celebrar la vida. Una de las mejores. Él lo sabe. Yo lo sé.

Este sábado voy a hacer “patatas al ajopollo con huevo poché” una receta de Susana, de http://webosfritos.es. Creo que es la receta auténtica, sincera, limpia, sencilla… ideal para celebrar vivir y que es primavera y que me pasaré la mañana pescando truchas, metido en el agua hasta la cintura, sintiendo la corriente mágica del agua.

Seguro que a José Ignacio también le gustará.

martes, 22 de marzo de 2011

EMPANADAS DE PRINCESA

Comencé este blog porque sentía y siento que la cocina, el amor, la memoria y la fabulación eran un todo, una forma posible de alquimia en un mundo ya sin alquimia, sin magia y casi sin cocina cotidiana.
Hoy descubro que he pasado de 400 entradas que no son cuatrocientas recetas sino cuatrocientas formas de luchar contra la dejadez y el olvido de los sabores que me gustan. Hoy me asombra que sean tantas las entradas con lo que me cuesta escribir, pero nunca me costó cocinar porque la cocina es una forma “rica” de celebrar la vida (rica por diversa, intensa y apetitosa).
Y hoy recordaba una taberna que se llamaba “La Princesita” en la que devoraba riquísimas empanadas chilenas que mojábamos con sidra. Su olor para mi es el olor de la primavera en Madrid. A veces, cuando quiero volver a ese tiempo amaso unas empanadas chilenas y al hornearlas, mientras se doran, me parece estar en ese tiempo hoy tan lejano. Luego me gusta comerlas calientes, templadas o frías, acompañadas con sidra natural. La receta de esas empanadas chilenas es secreta porque cada uno debe encontrar la suya. Yo encontré la mía entonces y poco la he cambiado. Su sabor es el sabor de finales de marzo en Madrid, caminando calle Princesa abajo con el primer sol de la primavera calentando mi cuerpo. Todo ha cambiado. Esa sensación no.

miércoles, 16 de marzo de 2011

PIZZA FELIZ

(Ilustración de Raul Alen)

Pocas cosas huelen tan bien con una pizza casera cuando se está dorando en el horno. Su olor llega hasta la calle y se mezcla con las últimas flores de la mimosa y con el olor de la tierra mojada de este marzo tan lluvioso y frío. Pocos alimentos se comen con tanto placer cuando hay hambre.

Me gusta hacer la masa con cuidado, amasarla bien, mezclar la harina, la sal, la levadura, el agua templada y el aceite con mimo y paciencia. Luego dejar que fermente más de media hora y volver a estirarla hasta hacer una torta muy fina en la que extiendo una salsa de tomate a la que he añadido romero pulverizado y tomates secos que tuve en agua la noche entera y luego convertí con mi cuchillo en lluvia fina. Sobre el tomate añado unas anchoas también picadas, queso manchego en aceite rallado y orégano fresco. Nada más.

Si, es una pizza más bien salada, gustosa, intensa, que incita a beber vino de más y a pensar que en el mundo es posible a ratos y a veces la felicidad con casi nada. El horno debe estar fuerte para que se dore y tueste en apenas diez minutos. Y su olor invisible nos toca la memoria. Es tan fácil y tan magistral el invento. Te imaginaba siguiendo este olor por Nápoles o NY, buscando los lugares donde tipos honestos venden aún pizzas de verdad sencillas y buenas.

Cuando todo se derrumba y casi todo duele, cuando la soledad y el cansancio nos arrancan las alas, basta amasar una pizza, hornearla, oler su perfume para que todo el dolor se borre y sintamos que el mundo se merece por hoy una sonrisa. Pizza casera para hoy, esferificaciones, petazetas y aires de pizza en la casa de al lado.

martes, 8 de marzo de 2011

TIEMPO

Deja que el tiempo te lleve, no puedes resistirte. No valen las bebidas de soja, ni las cremas antiarrugas, ni el maquillaje disimulador, ni los tintes anticaída, ni las cremas que disuelven la barriga. No hablaré aquí de los carniceros que inyectan, cortan y cosen caras y culos. Dejar que el tiempo nos lleve no es envejecer, es igual que dejarnos llevar por el mar, flotar sobre las olas. A veces nos da miedo la resaca y que las corrientes nos lleven mar adentro. A veces cerramos los ojos y no tememos nada, nos sentimos peces, recordamos que una vez fuimos seres acuáticos, primos de los cachalotes y de las sirenas.

Deja que el tiempo te lleve, lo hace siempre de forma suave, deslizando minutos y horas, si te dejas llevar viajarás muy lejos, si luchas contra su roce serás infeliz.

Me gusta cocinar también por eso, porque el tiempo es entonces aliado, cómplice, ingrediente, amigo y camina despacio por mi vida. Dicen que el tiempo nos cambia, que nos hace distintos, que dejamos de ser los que fuimos, que pensamos otras cosas de la vida, el amor, la comida, la belleza... Yo no lo creo, no me siento distinto a cuando tenía veinte años, ni me siento distinto cuando preparo este estofado o bebo este vaso de vino. Sólo he aprendido alguna recetas más. Me estremece lo mismo. Me emociona lo mismo.

domingo, 6 de marzo de 2011

MEMORIA

(Descarga de atunes de la almadraba de Ayamonte. Pintura de Sorolla)

Me gusta tocar la piel del mar, dejar que me acaricie la lluvia de marzo, meter las manos en el agua helada del torrente para liberar un señuelo, oler el momento justo en el que se dora el buñuelo y debo sacarlo del aceite.

Me gusta el fuego encendido por la mañana mientras saboreo el primer café y el fuego encendido por la noche con un vaso de ron en las manos.

Los ingredientes de la vida y de la cocina son el deseo, la amistad, la ternura salpimentada con libertad y tiempo. Lo demás es chatarra, decorado o trampa. Hay quién prefiere la chatarra brillante, el decorado colorista, la trampa del futuro.

Cocinar es un buen ejercicio contra el olvido. Para la vida y la cocina, mi vida y mi cocina, la memoria es otro ingrediente imprescindible. Hay quién prefiere olvidar, estar en la fiesta de lo nuevo. Yo prefiero la fiesta de lo que guardo en el corazón.

jueves, 3 de marzo de 2011

CODORNICES DE PELÍCULA

Me gusta esa primera escena del cocinero de la película china “Comer, Beber, Amar” y cómo en el caos de la cocina está el orden secreto de su saber. No me canso de ver ese momento, esa energía, alegría, soltura, precisión, verdad. Cómo destripa y limpia el pez, pica las verduras, sofríe, añade, prueba, reduce, cuece… es admirable el tipo, los planos, la secuencia.
Y tú sonríes. Vienes de lejos, de soportar desplantes, usuras, burocracias, palabras de paja. Y vas lejos. Yo no sé dónde, no sé a qué lugares secretos de tu adolescencia quieres volver o en que pozos de tiempo quieres mirar en este juego de la oca de la vida. Quisiera acompañarte, tal vez para mirar yo también en mis pozos, para recordar o descubrir porque no tengo sombra y sí tanto silencio.
También me gusta cuanto Tita hace los colines con pétalos de rosa o cuando Babette hace sus codornices en sarcófago de hojaldre porque los directores de las películas supieron coger al vuelo esa magia de cocinar unas viandas tan sencillas y convertirlas en algo exquisito y, sobre todo inolvidable para el espectador. Nada que ver con los programas de cocina de la tele. Yo hago unas codornices escabechadas con pimientos para chuparte los dedos. No es por presumir.
Y tú sonríes. Volviste de muy lejos. Tal vez aún no has vuelto. Eso pienso y no digo. Si, para chuparte los dedos. Yo te chuparé los tuyos. Bueno, los dedos. Es un decir.
Juega despacio, el tiempo sólo es un mapa del que no conocemos ni los mares ni las tierras y la piel el único abrigo que necesitas para el viaje. Juega conmigo despacio, sin respetar las reglas, ni el principio, ni los saltos de la oca, ni los pozos, ni el seis doble. Tiene mi cuerpo todo el mar caliente por delante y todas las palabras que no me has dicho y todas las recetas que aún no he guisado. Tiene tu cuerpo, seguro, islas, aguas profundas, acantilados, corrientes, coral rojo y todas estas palabras que tal vez te dije, que tal vez soñé, que seguro soñaré.
Y tú sonríes. Siempre te asombró esta seguridad mía. Esta mezcla de inconsciencia, arrogancia, orgullo, inocencia que tan poco vale para esta vida moderna, que sólo sirve para cruzar ríos crecidos y peligrosos pero no para vadear la rutina.
Juega despacio. Nada me gusta más que enseñar a cocinar a mis hijos, leer mientras llueve fuerte, caminar por la ciudad sin rumbo, despertarme de madrugada y recordar un buen sueño antes de volver a él, bajar una cuesta larga a toda velocidad en bicicleta y sin tocar el freno, inventarme un verso perfecto por la calle que olvidaré antes de poder escribirlo, meterme en una bañera con agua muy caliente y flores secas, sales de lavanda, espuma de limón.
Y tú sonríes. Siempre te asombró mi actitud de duende, esa forma de andar un palmo sobre el suelo aunque me vaya tropezando con todos los bordillos, que no haya dejado de lado las palabras aunque crea tan poco en ellas. Si, codornices sofritas junto a mucha cebolla, mucha pimienta, algo de tomillo y laurel, un chorro de salsa teriyaki y luego a cocer despacio con un vasito de jerez, otro de manzanilla y otro de agua. Cuando están hechas mantengo sus cuerpecillos dos o tres días sumergidos en el guiso antes de deshuesar su carne y templarla junto a unos pimientos morrones asados.
Silvia Penide canta: Traigo una herida en la espalda, / me han cortado de un golpe seco las alas y me duele respirar. / Juega despacio con mi pelo entre tus dedos, / juega sin miedo, que no voy a irme de nuevo, me quedo, juega despacio…

martes, 1 de marzo de 2011

MODERNIDAD

(Ilustración de Adrián Borda)

Abajo, suena la catarata de metal de la ciudad cubierta por la nata marrón del aire muerto. Coches, repartidores, chirridos, voces, pasos, pitidos.

Todo parece actual, moderno, fresco, intenso, cresta de ola. Y sin embargo todo es ya historia, cosa vieja, trasto pasado de moda. Aquel teléfono, chisme, ordenador, camisa, robot de cocina, coche… que hace cinco años nos pareció lo más hoy es chatarra, basura, objeto para el museo del vertedero del consumo.

Todo salvo el fuego, esta sopa para desayunar, tu olor en mi memoria, esta canción. (Escucho la voz de Olga:“Brindo porque me duermo calmado en tu calma”).

Todo salvo mi río, mis pasos, mi forma de mirarte, la memoria invisible de las casas, las palabras de algunos libros, lo que siento cada vez que me pongo a cocinar.

Todo ya es antiguo y pasado de moda y obsoleto aunque hoy nos parezca lo más sofisticado. Todo menos el secreto de hacer crujientes los buñuelos, el placer de un asado a la vara, el murmullo del torrente debajo de mis pies, tu voz.