lunes, 13 de junio de 2011

ALCACHOFAS EN FLOR

La cocina, el sexo, la lectura, una conversación lenta a pie, un buen vino compartido despacio. Habitar el placer en la piel de un río, una salsa, una amante, una día limpio de citas, ritos o tareas. El placer… tan difícil de vivir en libertad, con intensidad, enredado en una sonrisa, agotándonos sin prisa, distancia u objetivo. Tan difícil de tocar, derrochar, sentir cuando no hay nada más que desnudez, palabras, dedos buscando entre los cuerpos el zumo de la vida.

Debería ser asignatura, aprendizaje, tiempo dedicado… aprender a amar y a cocinar, ciencias del secreto de la felicidad.

Carpaccio de alcachofas. Sus corazones crudos cortados muy, muy finos y macerados en aceite, sal y un poco de limón y casi nada de azúcar por unas horas. Por encima gotas de un puré de anchoas y piñones y de adorno otras gotas de puré de berros con un poco de vinagre viejo de jerez. Lluvia salada, amarga, ácida y rica. Sencillez ante todo, igual que el deseo, dejarse tocar a ciegas con esa confianza que da la desnudez a dos durante muchas horas, sin contarlas. Eso imagino.

No hablo de amor, ni de alta cocina, pienso en la ternura, la complicidad, el deseo, la sabiduría sencilla de un carpaccio de alcachofas, de cómo se acarician dos amantes que no quieren llegar a ningún sitio, a los que sólo mueve el placer de sentirse sin más, con sorpresa y hambre. Las alcachofas frescas, intensas, crujientes, saben a lo que sabe un día de primavera en el que descubrimos que sexo y cocina son placeres que no requieren riqueza, ni exotismo, ni lujo, basta con desear y saber hacer, basta con tener un mucho de tiempo, un poco de hambre.

(Odalisca en mi patio. Fotografía de Alberto García-Alix)

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