miércoles, 17 de agosto de 2011

HAY TOMATE

(Foto de Cristina Otero) Por fin hay tomates en mi tierra, madurados al sol, con tiempo, rojos en la propia mata. Los tomates, como el amor, han sufrido tanta manipulación genética, retórica o publicitaria que ya no hay manera de encontrar uno maduro, rico, verdadero, perfumado de sol y de rojo.

Mi amiga Su (http://webosfritos.es/) me ha hecho recordar esta receta tan sencilla, veraniega y vital, unos tomates rellenos de cualquier cosa, ella los rellena de aguacate y buenas anchoas y sólo pensar en esta receta suya se me hace la boca agua. Víctor se los come cual fruta del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, a mordiscos, sin más ceremonia. El abuelo Fernando sofisticaba el uso con su navaja y abundante sal en las dos mitades rajadas en rombos. ¿ Y a ti cómo te gustan? ¿Y cómo te gusta el amor? Seguro que con la suavidad del aguacate y el salazón de la anchoa, seguro que perfumado de rojo y de sol, a mordiscos, con alegría, saboreando este regalo de América. Es un secreto a voces que Eva tentó a Adán con un tomate y que el Paraíso estaba en América, pero no se lo dio a comer tal cual, sino que Eva se lo colocó encima del ombligo y le dijo todo eso que la Biblia explica ¿o fue Adán quien se lo colocó encima de su vientre y tentó a Eva y estaba el Paraíso en Olduvai?...

Yo los pelo con cuidado, luego saco su carne y con ella, más aceite, pan, pizca de ajo, pizca de poleo salvaje y sal apaño un salmorejo al que añado huevo duro y corvina cortada en tiradito y aliñada antes al estilo peruano, con aji amarillo, un poco picante, casi nada. Relleno con esto los tomates y los salpico por encima con paté de aceitunas negras. Es un plato tan barato y tan rico.

Tal vez si quede algún tomate y algún amor a salvo de la industria, la especulación tomatera, la codicia del futuro, la apariencia sin sabor.

2 comentarios:

  1. Seguro que te he dicho alguna vez que mi infancia huele a tomate de Cuenca y pepino. Mis abuelos eran hortelanos hasta que les expropiaron su huerta, no quiero pensar lo que pasarían acostumbrados a vivir en su huerta y pasar a vivir en el piso que se pudieron comprar. Bueno a lo que iba, eran unos tomates especiales, muchos dicen que por la salinidad de las aguas de Cuenca. Ya casi no quedan tomates de allí, casi no quedan hortelanos,...

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  2. Nunca olvidaré esos tomates amorfos y gigantes que traía mi abuelo por la mañana. "Veraneaban" en una casa de campo junto al río y los nietos nos peleábamos por quedarnos con ellos estos días de septiembre. Era la libertad absoluta, pescar con caña de bambú y un sedal atado, bañarnos donde y cuando nos diera la gana, desayunar buñuelos o huevos fritos con pimientos o uno de esos tomates gigantes rajados con la navaja que nos prestaba él o todos los higos de pezón largo que nos cupiesen en la tripa o una sandía entera. Entera. No puedo alegar traumas ni historias, tuve una infancia muy feliz.

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