jueves, 29 de septiembre de 2011

ENSALADILLA MAGNUM

Hubo un tiempo, no tan remoto, que comerse una ensaladilla en un bar era más arriesgado que jugar a la ruleta rusa con cuatro balas del cuarenta y cuatro magnum en el tambor. Entonces, escarmentado de muchos nomadeos culinarios, no comía en ciertos sitios una tortilla de patatas ni aunque me pusieran ese revólver en el corazón tras el primer click. Mi amor de entonces, que era muy valiente y comilona, la pedía sin miedo hasta que al llevar devorado un día medio pincho, apareció una mosca negra y jugosa, poco hecha, entre la cebolla y la patata, una mosca más grande que un piojo de cachalote, no exagero, ella lo sabe. Eso era antes, claro, de la cocina tecnoemocional y de los gastrobares. Qué tiempos de aventura.

Copié esta ensaladilla rusa de Juanjo López Bedmar. Patata, zanahoria, guisantes frescos ( más caros que el caviar), asadillo casero de morrón, huevas de erizo, mahonesa la justa. Las pocas veces del año que consigo los ingredientes me la como en un cuenquito de barro primitivo que compré en un zoco de Túnez, con cucharilla de postre de rabo largo, descalzo y con los pies encima de la mesa de la terraza mirando a Gredos.

Hago otra ensaladilla de berberechos recién abiertos y asadillo de berenjena que es ideal para cenar de noche también con los pies descalzos por delante pero con los ojos puestos en las estrellas. Mojando el guiso fresco con un buen cava helado y seco.

Hay mucho crimen por ahí contra la simple, humilde y rica ensaladilla rusa, ya no te sale la mosca pero te ponen un engrudo hecho de verduras congeladas, mayonesa de bote y atún del Manzanares a precio de cola de sirena. Eso pasa hasta en los restaurantes finos.

Hago otra que además de lo típico, en lugar del pimiento le meto lentejas y tacos de bogavante a la plancha, añadiendo a la mahonesa el coral del bicho. No penséis que es derroche, que los venden vivos y con buena pinta, los sábados, en cierto super francés a seis euros la unidad ¿serán de criadero chino?.

Proust tenía su jugosa magdalena y yo tengo aquella mosca gorda y negra en mi memoria. Mejor no escribo de mis “tiempos perdidos”.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

COCIDO MARAGATO PARA CAMUS

Siento la lluvia fina arropar las olas y el acantilado. Se prolonga la tarde con sabor a aguardiente de manzanas y confidencias con palabras y silencio. Hemos venido de lejos porque cada una de las vidas es un viaje y ya ninguno de los dos recuerda cual fue el comienzo. Pero está lejos lo sublime porque hemos rechazado los menús espirituales y los platos minimalistas. Pedimos un cocido maragato con todas sus consecuencias y dos botellas de vino, una para cada uno, porque tener los mismos gustos de cama no significa ser iguales en el placer de los tintos. Pero se acabó el cocido y el vino y era necesario mojar en aguardiente los estómagos y ver caer esta primera lluvia y acariciarte las piernas ahora que no mira la camarera. Engordaremos hoy, sin duda, y por culpa de los ricos garbanzos tal vez será cierto aquel verso de Don Francisco de Quevedo: "Y llega a tanto el valor de un pedo que es prueba de amor, / pues hasta que dos se han peído en la cama no se tiene por aposentado / el amancebamiento”. Pero ya habrá días de dietas milagrosas a base de espárragos verdes, filetes de buey viejo y bien madurado y sexo remilgado o sin vergüenza.

Hacía tanto tiempo que no venía a esta esquina del norte. ¿Te he dicho que me gustan tus pechos adolescentes?. ¿Te he contado que prefiero regalar libros a esmeraldas?. ¿Te he escrito que no hay más lujo que un mendrugo de tiempo?. ¿te he nombrado aquellas palabras hoy tan vivas de mi querido Camus?: “además de la historia existen otras cosas: la felicidad sencilla, la pasión de los seres, la belleza natural. También estas son raíces que la historia ignora. Y Europa, como las ha perdido, es hoy un desierto.”

Se acaba el aguardiente de manzana y a pesar del festín la digestión es tranquila igual que esta tarde lluviosa. Las palabras de Camus nos trazan un camino. El cocido estaba de muerte. El vino me reconforta de tanto tiempo derrochado. Puede que Europa haya perdido algunas raíces pero no las hojas, ni las ganas de vivir y de perder el tiempo aquí en Cantabria o en cualquier otro lugar con bosques, mar, ríos que sueñan con salmones, viajeros que recuerdan versos pero que olvidaron el lugar dónde comenzó su viaje, tierra de ciudadanos críticos, de genio libre y ganas de ser a la vez mejores y felices.

Y Ahora que duermes y sigue la lluvia arropando las olas y la tarde, siento que me has enseñado muchas cosas importantes. Como cuando nombras a tu madre, su despedida, su ausencia y me regañas por seguir alejado de la mía. Y me acuerdo de nuevo de Alberto Camus y de su madre Catalina, española pobre, analfabeta, inmigrante y de aquellas palabras transparentes cuando le dieron el Premio Nobel: “creo en la justicia, pero defendería a mi madre, antes que a la justicia”.

Estoy seguro que a Camus le hubiera gustado este cocido tan auténtico, el aguardiente frío, tus piernas y esa forma que tienes tan fácil de dormirte.

domingo, 25 de septiembre de 2011

SIMPLES SPAGUETTI

(Fotógrafo: Joyce Tenneson )

Cualquier hombre desnudo, acurrucado en una hamaca de cuadros de colores, a la sombra de una parra llena de racimos maduros, oliendo los jazmines del jardín y mirando el rosa intenso de la buganvilla, con una copa de sidra fría entre las manos, tiene que ser necesariamente feliz. Si además ese hombre, mientras apura la copa, contempla como ella recoge higos maduros al fondo del jardín y le sonríe, no cambiaría el instante por ningún paraíso.

Y ese tipo soy yo. Era yo.

Nos teníamos trabajo. Nos habíamos convertido, según tus palabras en: la escoria de la sociedad, parados sin derecho a paro, recién despedidos sin indemnización, desocupados sin oficio ni beneficio. ¿Que te gustaría hacer el resto de tu vida?.

Saboreo hoy tu recuerdo, la identidad que te nombra con los ojos cerrados. El secreto de tu piel que me acompaña ahora mientras hago este plato de pasta que tanto te gustaba. Se hace muy rápido, tiene cuatro sabores sencillos y es el mejor para saciar el hambre después de los excesos. Tu me lo enseñaste. La pasta al dente como los labios pequeños de tu sexo, el aceite de oliva crudo como la untuosidad de tus jugos, el parmesano en virutas largas y crujientes, los dados de tomate pelados, maduros, carnosos como el deseo y el orégano fresco, recién cogido, florecillas verdes apiñadas que huelen a verano. Te gustaban mucho estos espaguetti apresurados, tibios, ligeros, glotones, aceitosos, frutales. Es que me saben tanto a verano. Igual que tú. Los dos sabores llegasteis a mi vida a finales de agosto, cuando se toman siempre las decisiones importantes, como no volver a la mierda de ese trabajo. Te sentabas sobre mi y rodeabas mi cintura con tus piernas y me abrazabas para respirar al compás, piel con piel, con los ojos cerrados, sintiendo como hacíamos la digestión a la vez y como a la vez comenzaba el deseo a mordernos el ombligo, a bajar por las piernas y subir al cerebro hasta el lugar donde vive la furia y la risa.

Cuezo los espaguetis frescos tan solo unos minutos con su puñado de sal, su nuez de mantequilla y su ajo roto. Paso el trozo de parmesano por el rallador grande y las virutas caen al plato haciendo una pequeña montaña. Pelo y despepito los dos tomates llenos de sol y rompo dos cogollitos frescos de orégano sobre los dados rojos. Refresco la pasta y la escurro bien antes de bañarla con un buen chorro de aceite, el tomate con orégano, la nube salada de queso. Apenas diez minutos y otros diez para comer juntos sobre la mesa de piedra del jardín, bajo la higuera, mojando el hambre con una sidra fría, seca, de color oscuro que un amigo remoto a enviado a tu abuela desde Normandía. Un viejo amigo de entonces, de los primeros días en el frente de la Ciudad Universitaria –te había contado ella, la vieja-, uno de esos hombrecillos que luchó en todos los frentes en la famosa “nueve” de la columna Leclerc. Tenía la certeza que tras París iría Madrid, que tras Hitler iría Franco. Inventaron una forma nueva de hacer la guerra avanzado a toda pastilla con sus camiones oruga armados hasta los dientes, sin retroceder nunca, pasando muchas veces la línea del frente, durmiendo en ellos, sin ningún miedo a nada. El miedo ya lo habían perdido en Madrid, en Berchite, en el Ebro, en los campos de concentración del sur de Francia o el norte de Africa. Tenían esa certeza, después de París, Berlin y después Madrid. Casi todos eran anarquistas, catalanes, extremeños, republicanos sin partido que sabían como aguantar la precisa artillería alemana o como reventar un Panzer con una granada y una botella de gasolina. Casi todos murieron camino de Berlín, ninguno sale en las películas yanquis aunque fueron los primeros en entrar en París y en llegar al “Nido del Aguila” de Hitler. Luego les traicionaron. Los aliados no siguieron hasta Madrid y ellos, los poquísimos que quedaron vivos, se integraron a la vida civil y pacífica, siendo buenos padres, ciudadanos anónimos. Para Leclerc y sus oficiales siempre fueron los mejores, para el resto del mundo nadie, unos olvidados. En mi memoria está escrito que eran los mejores –te había dicho tu abuela, Y uno de esos hombres le envía a tu abuela todos los años una caja de botellas de sidra de la que hace en su granja. Y siempre la misma carta y las mismas palabras “para la miliciana más guapa de mi trinchera. Te recuerdo”.

Tu no dices nada ahora pero yo imagino a ese anciano enamorado embotellando esta sidra y recordando a la mujer que vivió en esta casa y que te hizo posible. Y ahora, mientras recuerdo yo también tu sabor, el olor de tu cuerpo y tus palabras, me como bajo la misma higuera este plato de pasta y me bebo una botella entera de sidra buscando en el fondo donde está el secreto camino que me llevará hasta tí. La receta de la pasta era tuya y antes de tu abuela y antes de ese miliciano casi centenario que sigue enviando la sidra al amor de su vida, aunque ella ya no está.

Cualquier hombre desnudo, acurrucado en una hamaca de cuadros de colores, bajo una parra llena de uvas maduras, oliendo los jazmines y mirando el rosa intenso de las buganvillas, con una copa de sidra entre las manos tiene que ser necesariamente feliz. Creo que esta es la única forma real que tiene el paraíso.

martes, 20 de septiembre de 2011

LUJO II

Hice un falso caviar sferificado de un puré de mejillones y tinta de calamar, y extendí los pequeños granos que había fabricado uno a uno sobre unas tortillas de maíz tostadas barnizadas con un poco de mole poblano. Abrí un Châtteaux Margaux que me había regalado semanas atrás un amigo rico y ya sin corazón y sin demasiado tiempo para vivir que solo bebía Cocacola.

¿Esto que es?- Preguntó.

Digamos que una forma de lujo.

Ya sabes que no me gusta que te gastes el dinero.

El vino es un regalo y este caviar no tienen precio, solo mi tiempo concentrado en su alma. –Y cité- “Me gusta el lujo que uno lleva dentro, no el de las joyas”.

¿Es una cita de Oscar Wilde?.

No es una frase de Coco Chanel.

Muy buena la frase y muy bueno este caviar de tiempo.

El árbol de la vida nos da sombra con sus hojas. Viaja con nosotros. El lujo que uno lleva dentro es lo que amamos, cómo lo amamos y el tiempo concentrado que ponemos en él. Los otros lujos solo son chatarra. Palabra de Coco.

viernes, 16 de septiembre de 2011

COMO AGUA

(Ilustración de Tomek Setowski) A veces los días son duros y sólo podemos recitar entre dientes ese verso del gran Claudio Rodríguez: “en derrota, nunca en doma”. Saborear una sencilla tortilla de boletus, un vaso de buen vino, un tomate rajado con sal y desear el mar, una cala cerca de Fornells donde una vez imaginé aquella historia de un viejo aviador huido.

Y por azar, más tarde, caigo en el gran Josep Pla: Hablando precisamente del antiguo Fornells, cerca de Begur (…) “En el paraje había una excelente aguada, bajo los pinos, con un lavadero, donde solían ir a lavar las muchachas de luminosas dentaduras y frescas encías. En invierno, cuando las lluvias acrecentaban los manantiales, brotaba de ellos un chorro de agua como un muslo de mujer, translúcido, con el verdiazul de las venas bajo la carne del agua sonrosada.”

Hacía muchos años que no leía un símil tan íntimo, tan simple y tan bello.

Y vuelvo a leer: “un chorro de agua como un muslo de mujer, translúcido, con el verdiazul de las venas bajo la carne del agua sonrosada.”

Viernes de grises y batallas…. Pero el cabrón de Pla, de nuevo, me hace sonreír.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

RISOTTO EUROPEO

Escultura de Miss Europa 2011

Aventureros, emprendedores, científicos, arriesgados, inventores, curiosos, imaginativos, innovadores... los europeos hemos sido todo eso, la sangre del progreso (y no digo lo siento, ni pido disculpas). También muy hipercríticos, reconocemos hoy que hemos propiciado muchos desastres en la historia, pero somos más autocríticos que otras culturas que van sólo de víctimas.
 Es necesario recuperar todo eso, dejar la butaca orejera, la telebasura, el acojone de la crisis, esta pátina rancia de viejos rentistas conservadores. También en la cocina. Empuja Japón y China y Yanquilandia, pero es Europa quien lidera el buen comer, la imaginación, la innovación, el progreso en los pucheros y en la alimentación de más calidad y más saludable. Criticamos la agricultura intensiva e industrial pero es la mejor del mundo, buscamos los nuevos caminos de los alimentos sostenibles, cercanos, ecológicos, nos puede la comida basura, la obesidad y los excesos… pero estamos ahí, autocríticos pero también curiosos, golosos, inventores, luchando por mejorar y cultivando el placer que es el comer.

Con arroz bomba aragonés, foie normando, salchicha alemana, tomates y alcachofas italianas, setas checas… hago un risotto europeo, otoñal, untuoso, excesivo. Para comer despacio y con un vinorro tinto de La Mancha, un panazo gallego, unas guindillas en vinagre de Navarra para empujar. Europa es la patria de mi memoria, una Europa que bebió, comió, gustó de todos los bebedizos y alimentos que nos ofrecía el ancho mundo, sin prejuicios, con curiosidad, con hambre. Nadie es perfecto.

lunes, 12 de septiembre de 2011

MASA DE PAN

(Foto de Alexander Savushkin)
Hacer pan o masa de pizza o un hojaldre bueno. Jugar con el harina y el agua, la mantequilla, las manos. Está en nuestra memoria el cereal que nos hizo sedentarios, agricultores, ciudadanos, hace diez mil años. Algunos también tenemos memoria de la caza, de cuando éramos nómadas y no había otro hogar que el camino.

Hacer pan, amasar, dejar tiempo a que fermente todo y luego civilizar el fuego.

También hacer asado, tocar la carne y después que el fuego acaricie la piel de la presa.

Quién hoy ya no sabe hacer pan ha perdido una parte de su humanidad. Tal vez sabe utilizar el Excel, especular en bolsa, conducir un Ferrari pero hoy es un poco más pobre. O mucho.

Quién hoy no sabe cazar o hacer un asado ha perdido una parte de su inteligencia. Tal vez maneje con soltura un Iphone y sepa hacerse un café en la Nespresso o pilotar un transbordador espacial pero hoy es un poco más inútil. O mucho.

Amaso pan. Acaricio tu carne sin asarla. Hoy no soy un caníbal, sólo panadero.

jueves, 8 de septiembre de 2011

PIC NIC

(Fotografía de Lee Miller) Estamos en 1937. Hay guerra en España, pero suena muy lejos. En Francia aún es tiempo de felicidad.

Pic nic de Nusch, Paul Eluard, Roland Penrose, Man Ray, Ady Fidelin. La fotógrafa es Lee Miller.

…Foie, fiambres, queso, Burdeos, café caliente, besos, sol fuerte de primavera avanzada. Me gusta la sonrisa de la bailarina Ady Fidelín, su cuerpo moreno, sus pechos pequeños. La única que de verdad muestra su felicidad franca, sin poses.

La lona en el suelo, los grandes cojines, la mesa de picnic de madera plegable, la vajilla, el termo de café, el salero… Han ido a comer al campo. El entorno y la puesta en escena es mejor que muchos restaurantes. Tres parejas de artistas, el amor en formas diversas. Luego, el tiempo deshará casi todo, pero no entonces, en esta comida campestre.

Lee Miller, como tantas veces, supo guardar en la memoria de una fotografía la plenitud de vivir, la intensidad, el placer, la amistad, el amor, la alegría de una comida al aire libre.

Hay crisis, no es tiempo de derroches, pero comer en el campo, en tantos lugares de nuestro país, es un lujo. Un inmenso y gran lujo.

Y luego, claro, que no quede nada, ni rastro de nuestra estancia.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

A QUÉ SABEN LOS LIBROS

(Fotografía de Alexander Kharlamov) La piel de las palabras no sé si está en los libros o en los cuerpos. Tal vez esté a la vez entre las hojas secas de muchos de los libros y entre los pliegues más escondidos de algunos de los cuerpos. Libros y cuerpos nos muestran el mundo, los viajes, los sabores, casi todas las aventuras que luego viviremos si ese es nuestro deseo. Hay quién no lee, ni cuerpos, ni libros aún cuando decore su salón con una bonita biblioteca y duerma con el cuerpo que cree poseer por costumbre. Leer no es “leer”, sino dejar que las palabras escritas prueben a cambiarnos mucho o poco o algo o todo lo que somos.

Con la piel de las palabras nos inventamos y también nombramos el hambre y el deseo.

La vida es, en ocasiones, larga, algunas veces leve. Pasaron entonces muchos libros y cuerpos por nosotros. Tal vez, después de tantas palabras, creemos saberlo todo de los cuerpos y las fábulas. Pero no es así. Mañana, dentro de diez años o esta tarde, un libro nuevo, un cuerpo extraño removerá nuestro nombre y su silencio.

He aprendido también que los libros tienen sabor y también los cuerpos, sin necesidad de pasar la lengua por sus lomos o sus pliegues.

Hay frases hermosas que nunca quemará el tiempo. En la película de Fernando León de Aranoa “Los lunes al Sol” (que hoy podríamos renombrar como “Los lunes a Sol”) hay una escena delicada y bella que siempre que la escucho me conmueve:

José (Luis Tosar) es el compañero de Ana (Nieves de Medina)

Ana ha entrado al baño. lleva el pecho descubierto y se mira un poco en el espejo. ha cogido el desodorante y se baña con él el cuerpo. ana trabaja en una fábrica en donde se pasa las noches llenando pequeñas latas de atún, lo hace también por las tardes y otras veces por la mañana y de ahí que el olor se le adhiera al cuerpo.

La observo desde la puerta realizar ese ritual cada mañana después de la ducha. veo en el reflejo sus ojos cansados, la vida cansada que ha llevado esta mujer. esta mujer a la que amo y a la cual no quiero perder. doy un par de pasos hacia ella y abrazo su cuerpo por detrás.

- No te eches más, no te hace falta.

- Déjame, que huelo a pescado.

Huelo su cuerpo mientras la abrazo, le doy un beso en el cuello...

- No hueles a pescado... hueles a sirena.

lunes, 5 de septiembre de 2011

PRIMEROS BOLETUS

Ya con ganas de fresco, de otoño, de dormir arropado. Vivimos en una tierra de estaciones y me gusta que exista aquí el verano, el otoño, la primavera, el invierno, que cambie con las estaciones el ánimo, el paisaje y la dieta. Leo en las revistas para glotones que tras tanto abracadabra vuelven los alimentos cercanos, conocidos y reconocibles, auténticos, buenos. Ahí esta René Redzepi dándole a las yerbas de su campo y a los alimentos del terruño sin irse lejos.

Nada más exótico que los alimentos de aquí al lado. Por ejemplo esa cosa llamada “morcilla de calabaza” devorada antes de ser entripada, tostada la farsa en una sartén de hierro y comida sobre un buen pan. Color, sabor, textura me sigue pareciendo exquisita, original, exótica, distinta y de otro planeta.

Primeros boletus de la temporada en La Vera, aún algo sosos, sin el aroma que les da el otoño. Sofrío a fuego fuerte tiras de carne de contramuslos de pollo ecológico salpimentadas y con una pizca ajo. Retiro la carne cuando está a punto y en ese caldo graso, a fuego también fuerte, cocino cuatro minutos las setas. Añado entonces la carne y a comer.

Poca historia, poca maestría. Buenas setas, buen pollo, buen aceite. Se puede hacer, en crudo, un canutillo con la piel del pollo. Rellenamos ese cilindro con la carne picada del contramuslo y la carne picada de los boletus salpimentada, más dos gotas de aceite de trufa, unos piñones tostados. Atamos los canutillos con cordoncillo para que no se deshagan ni cambien de forma y los freímos a fuego fuerte hasta que la piel se dore y cruja. Presentamos los canutos con unos brotes crudos de soja, rúcola, espinacas aliñando la ensalada con aceite y zumo limón batido. Pero hoy domingo no tenía tiempo de hacer los canutillos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

LIEBRE MALDITA

(Pintura de Tomás Yepes) ¿Porqué hay tan pocos restaurantes donde ofrezcan, en temporada, guisos de liebre?, ¿porqué los cazadores de menor prefieren llevarse a casa una perdiz a una liebre?, ¿porqué sigue manteniendo la infundada mala fama de carroñera?, ¿acabó de arreglar este prejuicio la turalemia?…

Buceo en los clásicos recetarios de la alta cocina europea del XVIII y XIX y me sorprende la infinita veneración que se tiene a tres piezas de caza: la becada, los zorzales y la liebre. Estas tres piezas ocupan la delectación, el mimo y los alagos de todos los cocineros, guisopones, cocinófilos, gourmets, marmitones, chefs y demás escritores amantes del exceso y la glotonería más auténtica. Leer esos recetarios, de elaboración imposible hoy, embriaga y marea, divierte y llena el estómago solo con imaginar las digestiones de boa de los comensales de tales platos eminentemente afrancesados. Sorprende mucho la locura gastronómica que se tiene a los zorzales, que en Francia sigue, y sobre todo a la liebre, por encima de perdices, jabalí, venado, faisanes y demás animalitos “guisables”.

Por el contrario en los recetarios españoles que tengo por ahí: “la cocina española antigua” de Emilia Pardo Bazán (1913), “La cocina española moderna”(1914), “El practicón” de Angel Muro (1894) el Escoffier español, y hasta en los más modernos tratados que resucitaron hace pocas décadas las cocinas regionales o la mal llamada nueva cocina, la liebre está en la marginación de los cuatro guisos de siempre, sólidos, nobles, apetecibles, aligerados o modernizados pero poco sofisticados y sobre todo olvidados. Si nos paseamos por las cocinas de los restaurantes de caza o de los cazadores amigos que cocinan, la liebre suscita pocas filias y muchas fobias y apenas existen recetas como, por ejemplo, la “Liebre Royale” que es la más sublime de las recetas de liebre. Se trata de un estofado con vino y la sangre del animal más pimienta, laurel, tomillo, perejil cebolla, escalonia, ajo…un estofado lento en el que la liebre cuece como mínimo durante siete horas (Robuchón amplia a nueve las horas de lenta cocción) hasta que se convierte en una especie de puré oscuro, rico e intenso. Una variación de la receta añade, como no, hablamos de franchutes, foie y trufas al guisote, convirtiendo el plato en un orgasmo y un exceso delicioso. Así trata la Liebre a la Royale, Pierrot, Oliver, Haeberlin y el Larousse gastronomique de Montagné (1938) Se llama la variación: liebre Royale a la Perigordina.

Claro que tenemos en España maravillosos fanáticos de la liebre como Francisco de Sert Welsch “El Goloso, una historia europea de la buena mesa” (2007) y muchos otros amigos, pero la mayoría estadística de los cazadores, aunque admiran la liebre como pieza cazable, la ningunean como alimento, cuando no, directamente, le hacen ascos por su olor intenso y porque, eviscerar una liebre en la cocina pone a prueba la pituitaria de la parienta más tolerante y convierte la encimera en un escenario de película gore.

A esta fobia se une la conspiración “dietético-nutricional-ensaladitera-light”. Para esta tendencia gastronómica integrista de lo sutil y saludable, ver oler, degustar un potente, intenso, rotundo guiso de Liebre Royale a la Perigordina es un pecado mortal, un atentado contra la salud que debería ser perseguida por alguna ley de sanidad. Para los que estamos en el ajo y amamos la liebre viva y muerta, comer liebre en cualquiera de sus guisos gabachos o ibéricos es la forma más fácil de alcanzar la felicidad.

Publicado en la Revista Trofeo Septiembre 2009 http://www.trofeocaza.com/noticia/2618/