sábado, 14 de julio de 2012

SALMOREJO ILUSTRADO II


(Foto de Murat Suyur) 

Fríes en buen aceite unos pimientos verdes y sobre ellos rallas un poco de mojama de almadraba.

Espolvoreas sobre el huevo frito un poco de pimienta blanca recién molina.

Te recorres media ciudad para comprar un pan de verdad bueno.

Añades al hacer el salmorejo en el vaso batidor un puñado de almendras crudas y un puñado de tomates secos a los que hemos revivido antes en poco de aceite y el guiso cambia sin haber traicionado su alma, su intención, su tradición. No hace falta deconstruir nada, ni añadir ninguna exótica frutilla, ninguna rara sal para epatar al comensal o comensala sobre nuestras artes y nuestra erudición guisófila y mundana.

Al sexo igual, no hace falta echarle ningún esfuerzo tántrico ni empeñarnos en la postura del loto abierto, ni comprarnos un mini consolador azul corinto con forma de babosa que complemente nuestro gusanito.

Con añadirle al sexo, un poco antes, unas cervezas juntos y un plato de jamón es suficiente.

Es un desperdicio poner imaginación en la cocina o en el sexo y quién sugiera esas mandangas es que no tiene de verdad apetito ni deseo. Hay que aspirar a ser maestros en una docena de platos y posturas, platos y posturas que hayan demostrado antes ser una maravilla para los comensales y los amantes de dos o tres generaciones. Pero claro, somos curiosos y curiosas y siempre vamos a andar enredando con novedades y sorpresas, rarezas y exotismos, innovaciones e inventos. No podemos evitarlo, la carne es débil, que diría el inquisidor.

Nota: Tu no lo sabes, pero te digo todo esto para picarte, para que me des a probar mil novedades y de mil formas enredemos con los cuerpos. Yo intento poner imaginación en las palabras y me invento que soy conservador de paladar y de ingle para que tu me convenzas de que hay que hacer ya la revolución, así en el cielo de tu boca, como en la tierra de mis dedos.

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