domingo, 29 de septiembre de 2013

EL LUJO INVISIBLE



Hoy el lujo es un producto del consumo turístico "paquetizado" hasta el último detalle para que la clase media pueda comprarlo y emular las vivencias materiales de las personas ricas que exhiben su buena vida en los medios de comunicación de masas.

Se construye el "marketing del deseo" materializado en lugares, experiencias y objetos: hoteles, alimentos, viajes, relojes, perfumes… con una precisión y una eficacia total. El discurso del lujo, su aspiración y su formato, se ha convertido en un gran supermercado virtual y real soñado por todos, disfrazado además con el señuelo o el barniz de la felicidad.

Pero existe otro lujo que vive agazapado en las grietas de la sociedad de consumo, en los pequeños y difusos espacios marginales, experiencias, lugares u objetos que tienen valor pero no precio, y que, sin embargo, para nuestra sorpresa, nos hacen de verdad felices, con una emoción muy íntima y un goce muy profundo. Por eso, cuando me hablaron de este peculiar restaurante intuí que me iba a gustar pero ¿sería posible compartir la experiencia de un lugar cuyo nombre era “el lujo invisible”?, ¿debía hablar de él?… Y, la pregunta de más complicada, ¿quién podría acompañarme a comer?.

Era evidente que no sería J. la mejor compañía ya que el lujo que aprecia, admira, desea y a veces compra es el que se muestra en revista como Gentelmen, Vanity Fair, Esquire o Vogue. Ni tampoco podía llamar a Y. cuya idea del lujo está atravesada por todo lo etiquetado como auténtico, primitivo, alternativo, natural, bio y toda esa mandanga neojipi que luego suele tener precios más elevados que el lujo convencional. Ni podía avisar a M. que no puede dejar de traducir a euros contantes y sonantes cualquier cosa que compra o consume, analizando o elucubrando acto seguido y durante muchos minutos si el precio pagado vale o no vale lo consumido o disfrutado.

Llamaría a E. cuyo último lujo compartido fue subir a pasar la noche a un refugio en Gredos cercano a un pequeño pueblo llamado Guijo de Santa Bárbara para contemplar en la primera fila del mundo la Vía Láctea mientras nos comíamos un bocadillo de buen jamón ibérico extremeño con una botella de Jerez, refrescado en una fuente heladora que manaba muy cerca. Juro que parecía que pudieras tocar el chorro blanquecino de billones de estrellas remotas con los dedos.

El primer lujo que compartí con E. fueron unos espetos de sardina mojados con un cava muy frío y muy barato que devoramos en una pequeña playa de Begur bajo una barcaza rota, mientras discutíamos sobre los golosineos de Pla y las fantasías guisófilas de Cunqueiro. Tampoco puedo dejar de recordar ahora un amanecer en Baeza, mano a mano con ella, ante una montaña de churros recién hechos por la mejor churrera del mundo que rematamos luego en cierto hotelito coqueto con un helado de aceite y un polvo estupendo. Me surge ahora la pregunta, ¿porqué entonces no engordábamos?

He ido por tanto con E. a este restaurante llamado “el lujo invisible” y he sido feliz, he disfrutado. El lugar nunca saldrá en las revistas ni en las guías de lujo, no tiene estilo, no está a la moda, no es original, no es retro, ni moderno, ni vanguardista, ni típico, ni exótico. Pero nos han tratado con mimo y cuidado, hemos comido rico y bebido con placer sin requemar la VISA. No voy a contar más. 

Hay muchos pequeños o grandes lujos invisibles en la vida de cada cual. La mayoría no cuestan dinero o cuestan bien poco, son cercanos, asequibles, íntimos, peculiares, intransferibles, muy nuestros. Lo difícil es descubrirlos, ser sinceros con nosotros mismos y no caer en los cantos de sirena de los lujos envenenados por el marketing. Hay muchos restaurantes estupendos, sinceros, honrados, de precios contenidos y guisotes muy ricos y memorables. Por ejemplo, el otro día en Madrid, dentro de un pequeño mercado cercano a la Plaza de España, uno de los mejores críticos gastronómicos de Europa me descubrió dos restaurantes estupendos, “de lujo”, de ese otro lujo invisible, siempre.
Ya he dado bastantes pistas.

Alvaro Cunqueiro, Gonzalo Torrente Ballester, y Josep Pla, con Carme Noel
la dueña del restaurante El Mosquito (Vigo)
Publicado en: http://www.entretantomagazine.com/2013/08/01/restaurante-el-lujo-invisible/


viernes, 20 de septiembre de 2013

GASTROINCULTURA

Imagen de la película: "El tambor de Hojalata"

Hay asignaturas vitales que siguen sin existir en las aulas. Fue fugaz el paso de “educación para la ciudadanía” aunque era tan importante educar en los valores de la democracia y la ciudadanía responsable. Se ha extinguido la “coeducación”, pedagogía fundamental para comenzar a evitar desde la infancia que se desarrolle la venenosa hiedra de la violencia de género. Tampoco nos muestran como vivir el amor o el sexo, por separado o unidos, aunque tan clave es para la felicidad personal. Ni nos explican en la escuela los oscuros arcanos de la economía para evitar las trampas y desastres deL sistema financiero y los caramelos envenenados con los que nos engañan los bancos. Ni nos muestran algo tan fundamentaL para la vida, la nuestra y la de los nuestros como, es el comer bien, rico y saludable, manteniendo así viva la cultura gastronómica en la que hemos nacido.

Estamos viendo el enorme cambio que se ha producido en los hábitos de consumo de alimentos de los españoles y también el enorme problema, por no llamarlo epidemia, que suponen el sobrepeso y la obesidad infantil en España y que está motivado por diversos factores, no por conocidos menos problemáticos. “Comer sano y comer rico son cuestiones indisociables”. Más que educar sobre la dieta saludable desde criterios medicalizados como ha sido hasta ahora, habría que hacerlo desde criterios de cultura gastronómica. En este sentido se mueve la proposición no de ley presentada por el brillante sociólogo y Diputado en el Congreso Juan de Dios Ruano Gómez para introducir en la educación obligatoria la asignatura de “Gastronomía”. Es una idea revolucionaria y con un potencial de cambio social muy importante. Si no enseñamos a nuestros hijos esa “cultura gastronómica” que es parte de nuestro patrimonio, no solo serán niños y adultos menos sanos, sino además más incultos.

Comer bien no es una cuestión de paladar o de salud en abstracto, ni de estética de la gordura o la esbeltez, sino una cuestión, a medio y largo plazo de vida o muerte. Si no queremos morirnos o estar crónicamente enfermos de obesidad, hipertensión, diabetes, enfermedades cardiacas o cáncer del aparato digestivo debemos tomarnos el tema del comer muy en serio. No se trata de alimentarse o de nutrirse, si trata de comer de forma saludable y de vivir de forma saludable.

Unos pocos datos:

- Un 28,3% de niños tiene exceso de peso (un 7,1% padece obesidad y un 21,2% sobrepeso)

- Más de la mitad (52%) de la población adulta en la Unión Europa tiene sobrepeso u obesidad.

- En España, el 39% de la población tiene sobrepeso y el 23% obesidad.

- El 12% de la población tiene diabetes tipo 2.

- Más del 40% tiene hipertensión.

¿Es o no “gastronomía” una asignatura importante? 

(redoble de tambor...)

viernes, 13 de septiembre de 2013

COCINOFOBIA


Opiniones mayoritarias: “No me gusta cocinar”. “Eso se lo dejo a quien sabe”. “Se pierde mucho tiempo”. “Es complicado, engorroso, difícil”. “Me gusta comer pero no hacer la comida”. “de vez en cuando cocino pero en el día a día no tengo tiempo”...

¿Porqué no dedicar un poco de tiempo cada día a una actividad cuyas consecuencias son decisivas para la salud personal y familiar?

Sin embargo la cocinofobia es una patología social que amenaza con convertirse en pandemia. ¿Cuántas personas en nuestro país cocinan a diario? No estoy hablando de encender la freidora o en darle al botón del microondas.  Todos sabemos a lo que nos referimos cuando decimos CO-CI-NAR. 
Además los estudios siguen describiendo lo obvio, que el 80% de quienes cocinan en el hogar son mujeres.

Si, muchos programas de cocina, concursos de chef aficionados, paellas los domingos, libros del Bulli, arguíñanos, jamies y pesadillas en las cocinas pero la pesadilla de verdad está dentro de los hogares españoles.

Te digo todo esto y por un oído te entra y por otro te sale. Sé que todos admiran a los cocineros estrellas de la tele y de las revistas couché pero la cocinera de a pie es ignorada, muchas no tienen el premio, ni si quiera el miserable premio, de un “está rico” que musite su tribu, el mudo de su marido -el 70% de los españoles come viendo la tele-, el monstruo de su hijo o hija, que prefiere el nugget de pellejos de pollo al guisote de mamá, la bruja de la suegra o cualquier habitante fantasma de la casa familiar. Y si uno es cocinero mucho menos. Eres un caso curioso, un ahorro en servicio, un monstruito de feria, un cocinillas que...“tampoco es para tanto por mucho que leas tantos libros de recetas y compres cuchillos raros”…

Cocinofobia. Sólo hay que mirar el diseño de las cocinas de las casas en España, hurgar en las neveras y despensas, preguntar por ahí a los amigos, vecinos y compas de trabajo. 
Estamos muy orgullosos de eso que algunos llaman la dieta mediterránea, pero la citada dieta hoy está en los libros, no en las mesas a la hora de comer.

Cocinofobia. No me haces caso, tu a lo tuyo, a los trabajos importantes, a las actividades que lucen, a los cosas perdurables. Y yo a lo mío, al afán cocinilla. 

Mientras, aguardo la revolución. Comenzará por una huelga general indefinida de todas las cocineras de familia de España. Reivindicamos un “está rico” que salga a diario de la boca de cada comensal, pensión de jubilación, cursos de reciclaje y terapias de grupo para que suban el ego a niveles aceptables. Admiro a quienes cocinan tres veces al día para toda la familia además de resolver otros trabajos. Gracias a ellas no se derrumba todo.

Cocinofobia y eso que ganan los fabricantes de precocinados y demás fast food de saldo...