sábado, 8 de febrero de 2014

MORDISCO AL MAR



Pintura de Noemí González
En momentos de íntima derrota, cuando nada nos salva y hasta las palabras son un lastre pesado, nos queda el mar. Mirarlo, nadarlo, comerlo.
Pico las cebollas en brunoise, las espolvoreo con sal, las dejo reposar en un colador grande unas horas removiendo de cuando en cuando. Luego vuelco el picado en un papel absorbente para quitar el agüilla que aún hayan soltado, enharino y sacudo lo que le sobra. Frío la cebolla en aceite caliente y cuando está dorada la pongo sobre otro papel para quitar el exceso de aceite.
Con paciencia de cirujano he sacado los dos lomos de los pequeños salmonetes sin dejar ni una espina y los he marcado Apenas en la plancha. Las anémonas las he dejado que escurran un poco y luego las he enharinado también con harina gorda y las he frito unos pocos segundo en aceite muy caliente.
Monto cada bocado extendiendo un fina cama de cebolla, sobre ella un lomito de salmonete, sobre el salmonete una hortiguilla cortada por la mitad, luego el otro lomo y de nuevo una lluvia de cebolla frita.
Tal vez luego vengan días de vino y rosas, de levedad y piel caliente, de fiesta y compañía, tal vez no. Pero nunca imagino el cocinar como un consuelo o un desahogo sino como una forma de reivindicar que no te rindes, que tienes derecho al íntimo placer de saber hacer lo que desea tu hambre o saber nombrar lo que de verdad amas. No es tan difícil morder el mar.

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