viernes, 11 de julio de 2014

PISTO & PAN


Foto de Laura Taylor
El verano es tiempo de pistos. Es fácil la alquimia de convertir un poco de cebolla, calabacín, tomates maduros, pimientos verdes, tal vez unas setas, en un guiso simple que nos hace felices y en el que podemos pringar pan sin recato. La madurez de los tomates y la virginidad del aceite de oliva en el que freír los ingredientes son en este guiso fundamentales. También la compañía.

Hay quienes piensan en el pisto como en una guarnición de algo más importante, pero para mi el pisto es plato principal que, como mucho, si eres un vicioso, lo puedes malear con un par de huevos escalfados en su calor. Yo no los necesito. Pisto y pan, tinto fresco, sombra de emparrado o de hiedra o de madreselva.

El amor en verano da hambre de pisto. Sale uno de las sábanas frescas de la penumbra de la alcoba y da gusto pisar las viejas baldosas y meterse media hora en la cocina a preparar este guiso. Imprescindible comerlo desnudos, así no se estropeará nuestra mejor camisa de lino si se nos cae un churretón rojo por la barbilla y el pecho. Si se le cae a ella será la escusa perfecta para usar nuestra lengua de servilleta.

Esta vez las setas, boletus de verano,  los he hecho a parte, sobre la parrilla, vuelta y vuelta, chorro de aceite y sal. Pisto, setas, pan, vino, comida frugal porque luego hay siesta y luego baño en la garganta y luego la noche es larga para no dormir. Que se vayan al cuerno las sferificaciones, los hoteles remotos con wifi, los vinos con etiquetas modernas  y el sexo tántrico. Al pan pisto.


Foto de Cristian Fernández


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