jueves, 25 de septiembre de 2014

PASTA FRESCA CON BOLETUS



Los últimos días de sol de septiembre rompiendo a mordiscos las nubes de la tormenta. El sonido blando de las primeras hojas caídas y mojadas que pisamos con timidez, con el temor de romper algún escondido encantamiento. Los primeros boletus y amanitas saliendo entre la sombra de los helechos y los grandes castaños y nosotros allí, en medio del bosque, como escolares un día de novillos. Esa sensación de libertad inmensa sin ninguna sucia retórica. Luego, ya en la casa, con los dedos todavía manchados de humus, de esa parte de la tierra que de verdad está viva, igual que está viva tu piel llena aún de las tardes calientes de agosto, cocinamos.

Amasas la harina y metes la bola de masa por la máquina para hacer unos fettuccini de pasta fresca que cueces dos minutos mientras yo salteo a fuego fuerte las setas que hemos encontrado, sin nada, apenas sal, un puñado de perejil tierno y un chorreón de aceite al final.

La siguiente tormenta nos sorprende terminando los platos de pasta. Los rayos caen muy cerca. Los truenos explotan. Son la carcajada de algún antiguo dios griego y borracho. La lluvia es una enorme cortina de mar pulverizado. Bajo la tierra las diminutas y largas hifas de los hongos colaboran con las raíces capilares de los árboles para seguir creciendo. Bajo un edredón fino, supervivientes de alguna hecatombe futura, protegidos mejor que en cualquier refugio atómico. Concentrado en el juguete de tu coño, en el alboroto enorme de la tormenta, pienso que toda esa música celeste son los gemidos de todos los dioses envidiosos de nuestro enorme reino. No sé si soy ahí dentro hifa o raíz. 
Voy sintiendo que ha comenzado el otoño. Por fin.


Foto de: Doug Peterson


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