domingo, 18 de enero de 2015

TORTILLA DE PEREJIL EN ROMA

Ramón Gaya ante el Circo Máximo

De madrugada, más allá de las seis todo es silencio, ella dormida. Apenas quedan rescoldos. Echas dos piñas y un pequeño tronco para animar rápido el fuego. No sabes porqué después de tantas vueltas y tantos exilios te gusta esta ciudad. Nada te dura, a nada eres fiel salvo a sus besos. A los de Fe, a los de Cuca. Nunca te cansan. Te quedaste dormido entre sus labios, eso has soñado. Todo está lejos. Tal vez lo estuvo siempre. La única cercanía es la que da el sueño, ese sueño, y tu pintura. Cierras la puerta de la cocina, bates dos huevos, fríes un buen puñado de brotes de perejil y cortas muy fino unos pocas tiras del tocino del jamón que te envió desde Madrid el bruto de Bergamín. Haces entonces una tortilla con el perejil crujiente y los pequeñísimos dados de tocino rosado. Te enseñó este guiso María Zambrano hace ya muchos años, ¿de verdad tantos? Te arrimas al fuego. Te sirves una copa de vino de la botella abierta y te comes la tortilla. Comienza a amanecer en Roma. Veintiún años fuera. Mañana vuelves.

PD: Se trata de una tortilla humilde y exquisita. Los franceses del XIX eran muy dados al perejil frito para decorar platos. El tocino, no el rancio sino el que está inmediatamente pegado al magro del jamón, cortado en pedazos muy finos y pequeños, casi desaparece al calor del huevo cuajado y llena de sabor cada bocado.


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