lunes, 8 de febrero de 2016

AMOR A... LA FRITANGA IV


Reinventar, fabular la cocina, huir de lo anticuado. Esa palabra que repele tanto al español “modelno” y que se confunde con: pasado, viejo, carca, conservador, estofados pardos… Pero a mi lo “anticuado” es lo que más me gusta hoy. El anticuado beso de deseo, el anticuado sexo bien despacio, al anticuado guiso sin sorpresa, una anticuada tortilla de patata o la anticuada sopa o la anticuada momia de bacalao o un anticuado verso.

La cocina anticuada, ya arqueológica, me gusta, me hace feliz. Nada más actual, joven, innovador, rabioso de futuro que la cocina anticuada o ese amor anticuado que no busca convertir en espuma un potaje ni hacer malabarismos o terapia sexual con la entrepierna, que no quiere un cocido minimalista zen ni un ligue apropiado y saludable. De ahí mi interés estos días por el mundo de la fritanga y sus fronteras. La patria del aceite de oliva caliente, tan anticuado y tan mágico. Algunos cabrones, dietólogos, astrólogos, vendemotos, charlatanes, matasanos dicen que el aceite, que los fritos, engordan, no te jode, que novedad, es una grasa, no va a ser adelgazante. Pero la fritanga es una ideología potente, viva, contumaz, nos tatuaron la adicción seguramente antes de soltar la teta de nuestra madre y es imposible ser ex-fritívoro sin caer en la melancolía o, peor, en la tristeza.

Hoy me voy a hacer unas patatas fritas. Las corto en juliana gorda, las lavo bien en agua, las seco con un paño. Las hago nadar en la sartén con aceite caliente abundante, pero no demasiado caliente, después, cuando ya están blandas, subo el fuego para que se doren y crujan y añado dos dientes de ajo muy picado el último minuto. Las saco de la sartén sobre papel de cocina y derramo una lluvia de sal. Acompaño la fritanga de patatas con un salmorejo suave, un poco de mahonesa, mojo rojo y pesto casero. Voy pringando en una u otra salsa y sintiendo como el aceite me engrasa los gorces del alma y la entrepierna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario