domingo, 20 de noviembre de 2016

PULPO ENTRE DOS GELATINAS


(Imágenes de Monica Cook que vive en Nueva York y es estupenda)

Tacto de pulpo. Gelatina dura y salada del abismo. Monstruo horrible y delicioso de ojos sabios y patas como sexos. Todo lo comestible del mar me gusta. Algas, peces, moluscos, cefalópodos, mareas, erizos, sirenas, espuma, leyendas. Todo lo del mar es alimento porque del mar nacimos, vinimos, soñamos. Te veo desnuda nadando en el mar Atlántico. Te veo riendo con los dedos manchados de grasa de sardina, te veo dormida sobre la arena arropada del dulce sol de la tarde. Me veo en tu mirada brillante, ya de madrugada, en el cuerpo a cuerpo de otras hambres también marinas y saladas.

Me gusta laminar el pulpo ya cocido y barnizarlo por encima con una gelatina de tomate y albaca que hacemos con una gelatina neutra, un puré de tomate y albahaca muy picada. Barnizado por debajo con otra gelatina hecha con cebolleta rallada, limón y sal. Unas horas de nevera con un film de plástico por encima y luego a la hora se servirlo lo salpico con finos hilos cortados de lechuga de mar también gallega y pimentón.

Tacto de pulpo tibio en la sombra perlada del cuerpo allí donde tu mar comienza y se pierde el mapa. Gelatina dura y salada, deliciosa siempre, que sube con la luna igual que una marea fluorescente. Todo es comestible en ti, cualquier lugar, arrecife, coral, bruma y tormenta. Todo es alimento, sopa de algas, carne desnuda aliñada solo con la sal seca de tu piel tras el baño.



jueves, 3 de noviembre de 2016

CHUPE DE CAMARONES (para Carlos y Montse)


Fue en otro tiempo, ahora dudo si en otro mundo, cuando aún había lugares solitarios en la costa y todavía era posible vivir junto al mar sin levantar sospechas y sin que nadie ocupase el horizonte por muchas horas, a veces días. Con marea alta habíamos logrado pescar un buen pinto. Con marea baja te entretuviste atrapando casi un kilo de camarones, pero no recuerdo como llegaron a nuestras manos los dos cocos o el resto de ingredientes a ese pequeño puerto abandonado de la playa de Cabanas. Tras sofreír el pimiento verde y la cebolla en juliana fina añado una cucharada rasa de pimentón dulce, medio kilo de tomate triturado y dos dientes de ajo machacados con aji panca y sal. Luego el caldo, hirviendo y bien colado, de cocer las espinas y despojos del pinto y todos los caparazones y cabezas de los camaroncillos, el cuarto de litro de leche de coco, la carne limpia, cortada en dados del pescado, los camarones y un puñado al gusto de cilantro fresco bien picado. Apenas tres minutos de hervor y ya está listo. Chupe de camarones.

Te digo ahora, mientras se acaba el guiso, que "tu y yo sabemos que la piel de la tierra es azul como el lomo centelleante de las sardinas. La piel de la tierra es dorada como el pan que saboreo con los ojos cerrados. La piel de la tierra es verde como un simple ensalada de berros. La piel de la tierra es roja como un tomate maduro, un lomo de atún, la carne cruda de buey o una centolla cocida. La piel de la tierra es el mar, el desierto, la estepa, los bosques y selvas, también los seres que la habitan. Nosotros, que nos alimentamos de la piel de la tierra y a esa piel herimos llenando de cicatrices el paisaje". Pero hoy para mi la piel de la tierra es tu piel. En ella acaricio el mar, el bosque, la pulpa de la vida, el zumo reconfortante de tu cuerpo tras comer y beber un chupe de camarones como entonces, un lugar en el que aún no estabas o tal vez sí. En el presente de hoy está reunido todo, aquellos días remotos de Palestina, Kosovo, Guatemala, Venezuela, Filipinas o Cabanas. También el porvenir incierto (nunca hay otro) y el ahora, este sabor a piel y chupe, a noviembre con sol y bosques a punto de dormir.