domingo, 9 de julio de 2017

BEBER SIN SED (I)


El mundo está en los libros (también fuera, un poco) así que vuelvo con Helena.
Los cítricos son el delicado logro de la cultura y la ciencia, los viajes y la curiosidad. Los destilados son la consecuencia de la alquimia en su empeño de buscar la piedra filosofal y el elixir de la vida. Ensuciaron muchas redomas, alimentaron hogueras inquisitoriales e intoxicaron muchos estómagos pero al menos sacamos algo en claro: pócimas bebibles, psicoactivas, tóxicas y que permitían variaciones infinitas de ingredientes y sabores. A mi me gustan mucho los Negronis las noches calurosas de verano, cerca del agua para nadar luego y con la casa también próxima para llegar caminando, dejar las ventanas abiertas, escuchar el grito agudísimo de los murciélagos y la música de las esferas que siempre oyeron quienes saben mirar y leen el atlas de las nubes.

Imprescindible hielo muy duro y frío, ingredientes refrigerados y vasos gruesos y también congelados. Luego los destilados: ginebra mallorquina, vermú rojo y Campari a partes iguales, una rodaja de naranja amarga, chorrín de soda al gusto.
El picoteo ideal para este camino hacia la segura y suave ebriedad son las aceitunas con aliños diversos y alguna anchoa perfecta.

Con el primer Negroni ves como le va naciendo un beso en la comisura de sus labios. Con el segundo comienzas a entender los significados secretos que tienen sus palabras. Con el tercero hay que buscar asiento y no hablar nunca de viajes pasados, ni fabular con viajes futuros. Con el cuarto sabrás si aquello que al principio imaginaste es diamante o humo. Con el quinto sientes la suave vibración que hacen las placas tectónicas de la tierra bajo tus pies. A partir de ahí “Hic sunt dracones”. Hay libros que debes escribir tú mismo, tu misma...



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