jueves, 28 de diciembre de 2017

CARACOLES ESTILO ANARQUISTA



Ya era muy viejo. Nos acercamos a la calle Toledo a tomar unas cañas y unos caracoles. Nunca te había contado tu abuelo la historia de ese amigo suyo peletero. No la olvidaste. Ahora la escribes, antes de ponerte a guisar unos caracoles picantes.

Por donde comenzar... Ah, ya sé: A Iker Elorza le gustaban mucho los caracoles al estilo de Madrid.

Sólo guardas en tu memoria la imagen de aquel joven anarquista de raigambre vasca que ha sido oficial con Vicente Rojo poco antes de la guerra y que ha conocido a Teodoro en la Universidad siendo un alumno aplicado, casi tan experto como el profesor, en la tragedia griega. También ha leído Iker a Müller, Dwelshauvers, Bergson, Taine, Freud y todo lo que los últimos psicólogos creen saber de la memoria y el inconsciente. El padre de Iker tenía la extraña profesión de peletero y él tuvo el privilegio de recorrer con su padre, desde la adolescencia, las ciudades más perdidas de Europa. Ha ido a Joensuu, al norte de Finlandia, a comprar pieles de zorro. Allí el invierno congela el propio orín según cae al suelo, a Tomsk donde los soviets han montado una eficiente industria de cría de visones, a Estambul para pujar en el mercado por las mejores partidas de pieles de astracán, incluso ha acompañado a su padre a Dawson Creek en Canadá para comprar castor y después hizo un largo viaje hasta Manaos para comprar pieles de anaconda y de nutria gigante. Iker ya es un hombre de mundo aunque acabe de cumplir los veintiseis. Su padre Sebastián Elorza Breña, masón, librepensador, amante de la poesía y del oporto ha sabido huir a Londres a tiempo en cuanto empezó la guerra, pero se siente orgulloso de su hijo. No en vano Sebastián en su juventud acompañó nada menos que a Anselmo Lorenzo a Londres en el 1871 a la conferencia de la A.I.T. y allí conoció a Carlos Marx en persona, aquel año de la Comuna de París y sus quince mil muertos por la represión. Un año después coincidió la escisión entre marxistas y bakuninistas en la I Internacional con la muerte de su padre, el abuelo de Iker. Y se vio obligado a convertirse de la noche a la mañana en pequeño empresario, con tres oficiales cortadores, dos sastres, cinco aprendices, un contable, y en tutor de sus dos hermanos pequeños ya que su madre había muerto también de fiebres durante el último parto. Todavía el joven idealista Sebastián Elorza, en el 1886, ya convertido en gran burgués, financiará en secreto los folletos de Anselmo “Acracia o República” y “Fuera política”, justo el mismo año en el que nace el infausto Alfonso XIII, el mismo año que comienza desde Estados Unidos la campaña universal por las ocho horas y se firma la abolición de la esclavitud en Cuba. En sus talleres hace ya mucho tiempo que se trabaja esa jornada y se reparte entre todos la mitad de los beneficios, pero en secreto y bajo juramento, si se supiera sus queridos amigos del casino le quemarían el taller. En 1903, justo el año en que los hermanos Wright fabrican su aeroplano, financiará la aventura de la Editorial de la Escuela Moderna del viejo compañero Anselmo y de Ferrer y por último, seis años después, el año de la semana trágica, del fusilamiento del pobre Ferrer, ayudará a Lorenzo en su destierro en Alcañiz.

Pero su hijo Iker, nunca sabrá nada de esto. Sabe que ha dado un disgusto a su padre al ingresar en la academia militar y que su madre desde Londres sufrirá pesadillas e insomnio con sólo sospechar cómo suenan las granadas y las balas que su hijo evita en la trinchera mientras espera con la pistola en la mano la orden de avance de Cipriano Mera.

Así completo yo su biografía. Las cartas que encontré en el desván también me hablarán de él, pero ya es otro Iker aunque conserva el chaquetón de cuero forrado que le hicieron los trabajadores del taller de su padre, ya no cuenta chistes ni adoctrina con frases escogidas a sus camaradas, su risa fácil se ha convertido en una mueca severa, se escapará de Argelès a los pocos días y después, durante la guerra mundial, forma parte de una partida francesa de la Resistencia encargada de pasar pilotos aliados y familias judías por los Pirineos junto a un antiguo brigadista amigo llamado Jan. Escapará de la Gestapo de milagro, buscará refugio en Londres. Volverá a los Pirineos al acabar la guerra engañado con la esperanza de una invasión aliada. Será capaz de atravesar España para reencontrarse con su amigo Fernando, mi abuelo y volverá a Francia no sin antes pasar por Madrid y entrar en la peletería de su padre. Otra vez son las marquesas, los estraperlistas y los nuevos jerifaltes quienes se hacen los abrigos en “Casa Elorza”. Todos los dependientes son nuevos, sólo está, de los de antes, Ramón, el oficial cortador quién le trata como a un cliente más y le ofrece a probarse un soberbio abrigo de cuero negro forrado y un kifi a juego en auténtico fieltro. En la trastienda y entre susurros, Ramón le confirmará que ahora los talleres ya no son de la familia, los ha confiscado un pariente lejano a quién Iker ni siquiera conoce, pero que sabe lucir como nadie los correajes de falangista y los puros habanos. Cuando sale de la tienda y atraviesa la ciudad a pie hasta la estación del Norte, va descubriendo que Madrid en nada se parece a la ciudad que conoció antes de la guerra. Sólo los mendigos y los ojos huidizos o de abierto terror con que le miran algunos transeúntes le recuerdan que aún hay peligro, un peligro que él mismo encarna cuando descubre, al cruzarse con un policía que le saluda, que va disfrazado de policía secreta con ese abrigo y ese sombrero siniestro.

Antes de marcharse de Madrid para siempre, paró en su tasca favorita a comer unos caracoles picantes con una caña. Aquí nos despedimos. A lo mejor un día te acuerdas de Iker Elorza y le escribes un cuento a mi amigo el peletero anarquista. Me dice mi abuelo.
Y eso hago hoy antes de comenzar a guisar unos caracoles al estilo de Madrid.

("Los dientes del corazón" Ed. Baile del Sol)




miércoles, 20 de diciembre de 2017

OSTRAS SIN ORO & TITANIO


Sigo creyendo poco en la alienación marxista y mucho en la soberanía del ciudadano (o su lucha). No vivimos por fortuna ningún “Brazil”, ningún “1984”, ningún “Mundo Feliz” (por ahora). Nos pueden ofrecer basura, anunciar, publicitar, aconsejar que la televisión basura o la comida basura o el amor basura o que comprar en esos "no-lugares" llamados centros comerciales es estupendo, divertido, equilibrado, cómodo. Luego elegimos. Podemos elegir. Somos idiotas,  a veces, casi siempre, pero no tanto. Si nos ofrecen televisión basura podemos no verla. Sí, aunque parece difícil de creer, es posible, basta con no encender el cacharro. Tampoco es obligatoria la ingestión de comida basura, ni buscarse un cómodo amor bajo en calorías y con bífidus activo, ni ir a comprar a un aburrido no-lugar-pseudo-ciudad. Hay muchos mercados y tiendas de alimentos, carnicerías, pescaderías, fruterías estupendas en cualquier ciudad o pueblo... Aunque muchos mercados y tiendas de barrio agonizan, los consumidores dejan de ir, prefieren los no-lugares, los grandes centros comerciales. Los hábitos de compra de los españoles han cambiado, les encanta la basura, hay libertad. Ir a los no-lugares se ha convertido además en una forma de ocio-consumo masivo. Los consumidores son soberanos, no son menores de edad, pueden elegir entre la mierda y la comida, entre el ocio en un "no-lugar" y dar un paseo por la ciudad, entre la televisión basura y leer (incluso un libro-mierda es mejor) o vivir la propia vida, cocinar algo bueno, aprender algo útil, divertido o placentero.

Pero también me alejo de esos que dicen que al pueblo "hay que educarlo", a los que se creen más listos y más sabios, esa oscura élite "superior" que decide lo que conviene y no conviene a los demás. Hay que educar a los menores de edad, el resto de ciudadanos ya son mayores, son soberanos, tienen libertad, no necesitan la tutela de nadie. Pueden elegir ver televisión vómito o hacer otra cosa, comida basura o comida de verdad, fumar o no fumar, prensa viejuna o ctxt.es, drogarse o no drogarse, aprender a hacer salsa de tomate o preferir el ketchup. Todo este rodeo para hablar de ostras. Aquí mi hijo Guillermo, que prefiere la ostras al Burger King. 



También yo leí en la adolescencia a Plá y comprendí su fijación por las ostras, su desesperación por no haberlas probado, aunque yo las comí por primera vez con quince o dieciséis años y esa primera vez ya me volvieron loco. El derroche ostrero de Brillat lo entendí mucho después, en la plaza das Pedras de Vigo, desayunándome tres docenas con vinito, soledad y felicidad a partes iguales.

A las ostras, como al deseo, es mejor tocarlas poco, están buenas así, vivas o con poco aliño, A las ostras y al deseo hay que acercarse con hambre, con ganas de guarrear, de comer con los dedos, sin intermedios ni intermediarios, sin importarnos que el agua de mar, de cualquier mar, de ella o de la ostra, se nos escape de la boca. A mucha gente le gusta adornarlas, ocultarlas, quitarlas esa imagen bestial, salvaje, sexual y primitiva. Las entierran en empanadas, rebozados, caldos de todos los colores, oro o titanio, puf, que pereza, no soporto el deseo adornado con lencería fina, ni repujado con técnicas zen, zin o zun, mucho menos el deseo empanado de recato y prudencia y lo del oro o el titanio, bueno, la gente hace locuras por ganarse la vida y para mi es respetable, pero la ostra y el deseo poco hecho, sin oro ni titanio, está más sabroso. Soy poco culto, algo burro y no me gustan los metales en la boca. Además de crudas me gustan en un ligero escabeche tibio de vinagre de manzana o enredadas en alguna leve gelatina que juegue con una sopa de verdura (zanahoria, apio, cebolleta) y su agua (la de la ostra, o la tuya), pero nada más.

Hay no-lugares donde se acumulan miles de consumidores aburridos que luego matan el hambre en alguna franquicia... Hay lugares donde se acumulan millones ostras, montañas de sedimentos ostreros que han sido devoradas por en hombre durante generaciones, miles de años, y esa fijación se nos ha quedado por ahí, en algún lugar del cerebro de Plá o de Brillat o en el mío (y encima no son caras).




domingo, 3 de diciembre de 2017

AMANITÓFILOS


Nos queda resistir y cocinar lo que se pueda. “Arroz y lo que dé el campo”. Eso decía Heliodoro, el amigo cazador y marxista de mi abuelo Fernando cuando hablaba de otros tiempos y otras "hambres".

Hoy toca arroz con hongos. Sofrío en una nuez de mantequilla un poco de cebolla y un diente de ajo, añado después los boletus que he sobredorado a la plancha, las trompetas de la muerte y el arroz bomba para "nacararlo" un poco. Pongo luego el agua suficiente y a esperar. No añado nata ni Parmesano, si acaso al final, en el reposo, unas virutas de foie hechas con el rallador de agujero grueso, tengo un hígado de oca crudo congelado para estas ocasiones. Hay que intentar, aún en la carestía, “ser sublime sin interrupción” que diría Baudelaire.

Luego paseo sin blanca por Madrid, al estilo Jorgito Orwell en sus tiempos mozos y veo el precio de las amanitas en un mercado pijo y no me escandalizo. Eso sí, las oronjas que me he zampado tantas veces tenían mejor pinta. Constato que la especulación financiera ha llegado también hasta las setas porque a mi amigo Victor se las pagan a un euro. Los economistas "modelnos" lo llaman ingeniería financiera, yo lo llamo igual que lo llamarías tú o don Carlitos Marx.